Tierra, fuego, aire, agua. Fuerzas naturales que, como legendarios
dioses, de vez en cuando, se encolerizan sin tapujos ni ardides y claman sin
disimulos para demostrarnos su hegemonía. Acostumbrados a ellos o sin poderlos
evitar, los hombres pasamos de sus enfados y bravatas.
Por otros nuevos dioses sabemos que el cielo nos espera no sé con
cuántas doncellas, allá donde encontraremos a nuestros seres queridos y a los perdidos
amores de nuestras vidas. También (digo yo) estarán muchos de nuestros enemigos
o adversarios reclamando un lugar separado del nuestro. Quienes así nos lo
aseguran, no les importa la edad que tengamos, ni el color del arco iris; sólo
necesitan que nos hayamos muerto para poderles reclamar. Son unos listos que lo
saben casi todo: hurgan no en nuestros
datos, como las firmas comerciales breándonos con su publicidad, sino en los
sentimientos más comunes que nos salen del alma. Emplean el oscurantismo,
la mentira, apoyándose en la ignorancia de nuestras creencias que por
domesticación o su propia prescripción no nos hemos cuestionado. Para cuando
nos damos cuenta del engaño, si es que caemos en ello, dejamos correr el
artificio en su propio provecho. Y eso no es lo peor. Consiguen poder y dinero, la mezcla explosiva actual, para sin ningún
tipo de escrúpulo pasarnos la factura de sus costosos servicios, intermediando
en los temas más sensibles: La educación, el sexo y el perdón.
El sistema habitual del dolor y el placer que nos regula el
comportamiento, son influenciados por el
miedo, prejuicios ocultos y educaciones recibidas, si bien, las decisión,
generalmente, la tomamos instintivamente por las emociones que en ese momento nos
dominan.
Cuando hay pobreza abundan los
robos de los necesitados para subsistir. España,
sin embargo, es un país diferente, (como en
la dictadura rezó un slogan) es pobre porque está lleno de ladrones ricos,
necesitados de practicar uno de sus deportes favoritos: Robar jugando a su guerra originada por establecer su
concepto liberal de “mi país”
¡Mierda! Cuantas veces tendré que
repetir que nada es nuestro, ni nos pertenece. Además, ¿qué les importa a ellos
los pobres? Matar lo realizan de muchas formas, igual que cambian las guerras;
depende de la moda, la estrategia, el
momento, aunque el resultado final resulte ser el mismo: dejarlos morir
¡Qué lenta actúa la justicia para descubrir tantas cuevas donde se
esconden los mangantes!
Alboreaba la crisis, cuando un
catedrático de derecho político preguntó en clase acerca de la corrupción en
España, un alumno le dijo que un mono con los ojos tapados tirando dardos a una
ruleta con el nombre de los valores que cotizan en Bolsa, estadísticamente,
acierta o desacierta tanto como un reconocido inversor de ese mismo mercado.
Así que si usted nos muestra un mapa de España, le aseguró prosiguiendo el
alumno, en cualquier punto del mismo, un dardo que se clave al tirarlo con los
ojos cerrados, le encontrará la corrupción: A nivel estatal, autonómico, local,
público o privado, pero la corrupción se hallará; bastará con algo de empeño en
averiguarlo. El catedrático calló y retomó la clase por otro derrotero. Y es
que la gente ya sabía de los tejemanejes y facilidades de los políticos
extendiendo por detrás la mano: enchufes, recalificaciones, sobornos, favores,
etcétera. Y todo el mundo sabía además por quién estaban dirigidas las cajas de
ahorro con créditos incobrables, sueldos irracionales, primas desorbitadas. Y también
como la construcción era cosa de locos por no citar actividades delictivas que
el propio Estado propicia y ampara: abusos, coacciones, amenazas, privilegios,
prepotencia, deslealtades, cobardías. Luego
las crisis son dioses legendarios disfrazados de engaños que, si se quiere,
pueden evitarse. Conviene, aunque no afecte, no pasar de ellos.
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