La democracia que tenemos no es
sino una imposición de los poderes que nos gobiernan a su antojo; interpretan
la Constitución como quieren, cambian normas y leyes que les placen y los impuestos que administran son insuficientes para
satisfacer sus necesidades, cuando las de los ciudadanos de a pie están
menguando. Habrá de iniciarse una
Revolución Pacifica
En España los votos son muy
parecidos casi siempre, pero las distancias de los votantes son cada vez más
alejadas económicamente. El sector político, sea del color que sea, al revés;
más próximos y gordos en los privilegios como el sebo de las ruedas de un
carro, sin poderse desprender por mucho que chirríen. ¿Para qué perder el
tiempo alterando las cosas, si luego se incumple por el propio poder que las
modifica? No se puede ser hipócrita. Cuando fuimos niños nos reprendían
llamándonos judíos, fariseos, farsantes y nos olía a cosas de canónigos,
empeñados en que siguiéramos la doctrina que predicaban, pese a ser ellos los
primeros en incumplirla. Entonces, ¿para que tanto sermón? E insisto, acordándome de “haz lo que te diga, pero no lo que yo
haga”, muy propio de ciertas profesiones. Acaso, ¿no recuerdan a los médicos
decir “no fumes”, mientras no dejaban de echar humo? O, ¿a los políticos
dilapidar lo que no es suyo, llenándose la panza e invocando el rigor en el gasto? Huelga citar
los dos años de austeridad famosos con Franco: dividendos y sueldos congelados.
Pasados los dos años, los primeros afloraron engordados para los empresarios,
los salarios se los robaron a los obreros. Siempre respetando el poder la ley
del embudo.
Llamo Revolución Pacifica a cosas que individualmente las personas
podemos hacer, puestos todos de acuerdo. Los poderes no escuchan, practican
la política en beneficio de unos pocos y ejercen su función cometiendo
atropellos con justificaciones irracionales que la mayoría no entendemos.
Cuando esto sucede, los poderes han perdido la confianza. Habrá que actuar.
Cuando a veces comento que la política,
el mundo de los negocios, incluso, las crisis son cuestiones de psicología, son
muchos los que se llevan las manos a la cabeza escandalizados; sin embargo, lo mantengo.
Es tan poderosa nuestra mente que no sólo nos afecta a nosotros produciéndonos
una enfermedad o un remedio, sino que contagia a los demás provocando las crisis
como bacilos originando de una pandemia.
La confianza es sin lugar a dudas tan importante, que cuando alguien o
algo no la merecen, eludes su trato y deja de interesarte la cuestión. Lo malo
o bueno de ello, es que aquélla surge por muy distintos y variados motivos que
pueden ser o no ciertos de la misma manera que desaparecen: Una palabra, un
imprevisto, una intuición, el miedo, otra emoción o su cambio repentino. Así
podíamos completar este folio ratificando o no la confianza.
Debemos, por tanto, comenzar a
saber hablarnos a nosotros mismos, escucharnos. Darnos confianza aún engañándonos.
Ser positivos en nuestras bromas mejor que al contrario. Halagar en lugar de
criticar. Ser amables, simpáticos, alegres y no escamotear una mentira piadosa
si lo consideramos necesario. Todo es cuestión de práctica que beneficia. Nos
es de recibo, sin embargo, emplear la falacia y timar aprovechando el
artificio. La gente confía más si antes se le explica la verdad, argumenta los
motivos de un sucedido, no recurre a cuentos chinos, ni se les toma por tontos.
Y, por supuesto, restituyendo el daño producido.
Los poderes son hoy acreedores
de la más absoluta desconfianza por lo que abogo ejercer acciones para ejercer una
Revolución Pacifica que en ella encuentren nuestra repulsa.
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