Hoy y desde hace tiempo, al azar,
se podrían ir marcando lugares de la geografía española o señalar con el dedo a
personas (políticos, banqueros, empresarios…) e ir descubriendo corrupciones,
engaños y demás corruptelas con escasa investigación. Sería como jugar a los
barcos: “agua, tocado, hundido”; no es tan descabellado como preguntarse:
¿dónde está la razón? ¡Cómo me gustaría saberlo y justificar ciertos suicidios!
La razón no es una sino muchas y
bien diferenciadas; dependiendo de los
puntos de partida, de las metas propuestas, de cómo se mire o se evalúe u otras
cuestiones no baladís, prolijas de enumerar. La grandeza del ser humano, sin
duda, es parte igualmente de ello; sin
embargo, ¿merece la pena que a su costa
acaezca tanto dolor? ¿Es necesario que unos mueran de hambre, en la mísera;
mientras otros navegan en la abundancia, la opulencia y el derroche? Tajantemente
no. La austeridad que se pregona y practica no es sino el desequilibrio que se
permite para que otros robustezcan.
Examinemos el mercado y
observaremos que lo que se compra es porque se vende, que los bienes y derechos
cambian de valor, de dueño, pero son los mismos, en los que unos pierden y
otros ganan. En un momento, la empresa
armamentista de ser poderosa pasa a ser una ruina: se ha declarado el
armisticio. ¿Y qué tendremos los hombres que ver con esa guerra? ¿Por qué no
dejamos que sean otros los que luchen en las trincheras? Por supuesto. Que sean
las empresas las que jueguen a las guerras, pero a los ciudadanos de a pie que no
nos arrastren con ellas. ¿Podremos separarnos y que arreglen sus peleas? Naturalmente.
¿Para qué si no tenemos a un Súper Estado supranacional que puede
regularlo?
Una comunidad como la europea (CEE) no puede estar al albur de los
vientos e ir y venir al ritmo que soplen. Tiene capacidad para regularizarlos:
Por competencia, por ley, por trucar el mercado. Debe cuidar de quienes son sus ciudadanos, no de aquellos que combaten
su existencia procreando ideas contra ella, arrastrando sus dineros fuera de su
territorio para evitarse los impuestos, amenazando y exigiendo compensaciones
por dejar de traicionarlos.
Y el Gobierno de España debe
gobernar para todos y defender sanando lo que más duele. A la mierda con las
subvenciones, subsidios, privilegios, exenciones, caridades, excepcionalidades,
fundaciones y demás aportaciones; que
cada palo aguante su vela. Convendrá
echar números para detener de una puñetera vez la austeridad que practican.
Y emitir deuda, ¿para qué? ¿Para costear televisiones autonómicas,
independencias territoriales, rescatar entidades bancarias, primar empresas
pagando autopistas, energías, armas y corrupciones? No se puede consentir rebajar sueldos, pensiones y robar a quien lo
gana, para dárselo a banqueros, a la iglesia, a los partidos, a los sindicatos,
al fútbol, al cine o a los toros. Es
demencial privar de educación y sanidad a la mayoría por el disfrute, sino la
avaricia, de unos pocos. Hemos llegado a un punto crítico y hay que atajar
tanto desvarío. ¿Sabe cada ministerio en qué emplea el dinero que percibe
de los impuestos? ¿No habrá llegado el
momento de La revolución pacifica y
poner todo patas arriba? Esta es una cuestión muy importante y, antes que una muerte
colectiva, es conviene combatir para salvarse o encontrar una razón para el
suicidio, salvo que éste sea la razón. ¡Hay mucho por hacer! Clamo al
Gobierno que cambie. ¿Dónde va cada euro que pagamos? Que la Transparencia responda a su nombre, que quien nada teme nada
tiene que ocultar; que se sepa la verdad: los engaños son los que duelen. ¿No
será delito la opacidad de la casa real, los partidos, la iglesia, los
sindicatos, la administración?
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