El 01/8/2013 Rajoy se mostró como
una sombra neta, destacada, sin resquebrajaduras ni transiciones. Y es que la duda, el engaño crean la forma.
A ello unió el peso de su cargo, la carga de la presunción de inocencia con una
fuerza casi demoníaca para conseguir, cuan columna de un edificio que se
desmorona, forma plena de sobrio gobernante.
Se jugó una última baza, dada su mayoría absoluta en el Parlamento, con una
profundidad enigmática, con el convencimiento interno del que no tiene otra
salida; salvo la singularidad de ser honrado y desdecirse (cosa que de
momento no hará) o indicar aquello de “no
volverá a ocurrir”.
Un país que tiene un Gobierno
indecente transmitirá una imagen indecente. Tal Gobierno no puede estar
amparado por ninguna razón, carece de legitimidad moral y se inhabilita para
ser modelo a seguir. Un Gobierno que no vela por los intereses generales
cobrando la luz del sol, saltándose los derechos elementales de la gente, empobreciéndoles
con impuestos mientras mantiene privilegios y leyes injustas o exonera a los
suyos, es un Gobierno desacreditado. Un
Gobierno ha de ser conocido por sus hechos, no por sus descargos, cuyas
justificaciones están impregnadas de falacias y perversas intenciones.
Me gustaría (pero no debo hacerlo) poner a caldo a la clase política
sospechando que estamos a la cabeza de la corrupción en Europa, sin visos
de que vaya a solucionarse, porque el partido en el poder tendrá que seguir
mintiendo y por tanto haciendo trampas para ocultar lo que hoy, al parecer, es
una evidencia, mientras la espada de Damocles, pesada y rígida, flota sobre la
cabeza de su máximo dirigente. Y me
gustaría (pero no debo hacerlo) ya que la gente, en niveles insoportables de desesperación e incapaces
de tragarse tanta trola, necesita de un cambio de rumbo (ético, económico,
político) cuyo poder no enloquezca por
enriquecerse y sea capaz de brindarles alguna oportunidad. A éstos (a la gente)
conmino recordar otras realidades históricas. Rememoremos una película: Es el
poder absoluto (la monarquía) manejado por la corte, la nobleza, la religión,
la corrupción, que esquilma a campesinos con impuestos, quema sus chozas,
arrasa sus campos, los abandona a su suerte (indefensos y sin justicia) o con
sus cadáveres llena las tierras baldías. Hoy, una sombra de miedo recorre el
vano de mi imaginación, ante similar situación con distintos personajes
indecentes, que no puedo evitar. Y me
gustaría (pero no debo hacerlo) tratar de no evocar a tales personajes que exigieron
al pueblo la construcción de iglesias, monasterios o catedrales donde rezar; los
pobres suplicando a Dios ver penar a los bandidos en el infierno; los ricos,
dejando en herencia el pago de miles de misas con que evitarlo. No ignoraban
los intermediarios divinos el lucrativo
negocio que hacían inventándose bulas,
cruzadas, milagros, santos,
patronas o promesas. Por eso, “nunca he
creído en una iglesia que quema a sus disidentes en Autos de fe, crea la Santa
Inquisición, juzga por el Tribunal del Santo Oficio o amenaza con implantes
diabólicos (excomuniones, castigos, fuego eterno), mientras se sientan a la
mesa de los poderosos y no practican lo que dicen. Eso es hipocresía. No son
los obispos inquisidores mejores que negreros y piratas”. Y me gustaría (pero no debo hacerlo) porque nosotros, todos
nosotros, somos, antes que nada, personas físicas, que después ejerceremos
cualquier profesión y actuaremos decidiendo y pensando de forma diferente. Los males, por tanto, nos son achacables. Es el Sistema político, social y económico el que
ha de innovarse; en el que reyes, políticos, empresarios o cardenales no impongan
sus reglas, limitados en el tiempo, excluidos de privilegios, regularizadas las
herencias, diversificados los poderes. La ocupación ha de ser la norma, la
responsabilidad virtud, el delito castigado. Cambiar es imprescindible, pero
por personas que suscriban el claro
compromiso anterior al que han de estar sometidas.
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