Marginales, prostitutos, yonkis
son algunos de los despojos que la guerra
va dejando a su paso. Es una guerra permanente,
despiadada, salvaje y sin cuartel, que el capitalismo mudo, sordo y ciego
mantiene contra lo que se interpone en su camino. Desde su comienzo, el sistema capitalista ha ido alimentando
con sus sobras a la pobreza, sacian a la gente de ignorancia y acostumbran al engaño; una formula para ser
emulado, aceptar pleitesía y, ante la
injusticia, invitar a pobres, incultos e ingenuos dudar de quien es su enemigo:
ser inculto, pobre e ingenuo, es la
mayor de las desgracias. El capitalista los desdeña y encontrárselos le llena
de pavor. Su espanto le hace clamar a Dios, que impida el efecto espejo por no
verse reflejado, al ser un miserable como ellos. Pero es él, el amo, quien con
su codicia los crea y mantiene.
He leído que el poder mediático
se alimenta de mitos y mentiras, pero no es cierto; ellos son los propios
mitos, las propias mentiras. Fomentan y dirigen las costumbres, las tradiciones que
son de las peores y más solapadas formas de posesión. Tenemos la religión
metida hasta en la sopa; la desinformación acuñada a la carta en las
comunicaciones a la orden de los mandatos de quienes la pagan; a los gobiernos
de las administraciones partidistas en un solo bando, comportándose como tales;
envalentonados los empresarios, campando a sus anchas las multinacionales,
mientras la gente de a pie paga por el aire que respira, por el sol que les
calienta y acepta que es una guerra
perdida ¡Cuánta maldad! ¡Cuánto atrevimiento!
No existe más lógica política que
aquellos instrumentos que proporciona el poder. Y un poder consagrado al interés que sintetiza el dinero, es un poder
vil, cruel, tendencioso, que pertenece al bando triunfador propiciando la guerra. Su paradigma es el
capitalismo (la ley del más fuerte) que sirve a unos pocos en detrimento de la
mayoría. En tal sistema predomina la pobreza, el tráfico de armas, las drogas,
la prostitución, los negocios sucios, la competencia agresiva, la injusticia
social laureada en el filo de de la navaja de un glamur peliculero exhibido por
golfos, ladrones, fanáticos y gente inmoral con las que podían llenarse las
cárceles. La clase capitalista se aúna
en torno a sus intereses (no a su ideología) para el logro de sus fines.
Ante esto, es necesario responder
con estrategias (La Revolución pacifica) y nuevas soluciones (PCO) guardándose
la ideología y posponerla para cuando se consiga el cambio de sistema. Este debe ser el interés que ha de aunar los
esfuerzos colectivos para innovar el capitalismo, (que quita y pone a su
antojo) con el fin de que abandone la presidencia del modelo actual de
convivencia más injusto que hayamos conocido: paro, corrupción, desamparo, impunidad,
opacidad, engaños, desigualdad, contaminación y el raro deporte de tomar el
pelo a la gente.
Ya hace tiempo que nos asentamos
en la mentira inculcada por listos agoreros, haciéndonos creer que siempre habrá ricos y pobres, pero
nunca aseverando quiénes unos u otros o en qué medida ¡Convencerse de lo contrario no es una utopía! Ya va siendo hora de saber razonar el porqué la cuna no ha de
distanciarnos; la salud y la sabiduría han ser iguales para todos; la ocupación
facilite elementales bienes de
subsistencia, similares oportunidades y sean esfuerzos e impuestos los regularizadores de
diferencias y derechos ¡Y a ponedlo
en practica! No permitamos que ningún credo se inmiscuya, nos equivoquen, nos
infundan miedo o nos manipulen. No pensemos que la caridad o el paro es un
fracaso individual cuando sólo la sociedad es la culpable. Y ante tales
inmoralidades digamos al poder dirigente que es su vergüenza al permitirlo,
mientras desde sus atalayas predican resignación, paciencia y oración. ¡Bajen ya de ellas! ¡Quítense las mascaras!
¡Pónganse en su situación cretinos!
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