En el primer mundo (llamado civilizado) se dan desigualdades tan alarmantes
como en el resto de los mundos conocidos. Aparte de la riqueza, el poder y la
corrupción, variadas son los signos que las distingue: religiones, armas,
tratas, drogas, sexo, influencias, inutilidades, complejos, y un largo etcétera
social. España es claro ejemplo. Una gran masa amorfa de existencias,
que no de inteligencias, se desarrollan en su sociedad. Así concurre entre
nosotros el mayor ente multinacional al
que se premia condonándole impuestos, se inscribe a su favor propiedades no
matriculadas en el Registro de la propiedad y se le asigna un porcentaje de los
impuestos de las personas físicas a engrosar sus arcas. Con ello se amplía su
autoridad, alimentando a sus bancos, medios
de comunicación, inversiones desconocidas, propiedades y bienes suntuosos y
otros derechos ocultos que posibilita a
sus componentes gozar de impunidad manifiesta.
Los hay en la mayoría de
países y sus militantes
pasan los días jugando, sin dar golpe, para evitar la guerra. Gastan por
doquier en armamento que siempre será obsoleto; para poco servirá ante las
potencias que lo suministran, ni siquiera ante un posible enemigo menor, que
pudiera causar conflicto de intereses, dado que su uso siempre es más costoso
(en vidas humanas y bienes materiales) que el no utilizarlo y, en su caso, dejarse
dominar o pagar a un tercero que defienda una posible invasión enemiga. De todo el mundo son conocidos los
estados sin ejército cuya población no se siente desprotegida; al contrario, la
neutralidad produce no oposición y, por tanto, inviolabilidad de sus
habitantes.
Otros los constituyen parásitos que se refugian en el anonimato, en un
segundo plano, en decir amén a todo lo que sus superiores digan para medrar ascendiendo
o cambiando de bando, tantas veces como sea preciso a sus propósitos sin
riesgos a ser descubiertos o tildados de gorrones. ¡Cuántos en el deporte, en los consejos de administración, detrás de
un florero!
¿Qué decir de los complejos? Basta leer a Freud para hacerse una idea y darse
cuenta. La unidad antidisturbios cuyos componentes fueron castigados en su niñez y ahora se desquitan repartiendo palos.
Otros, medrosos salvadores de su culo, buscan refugio detrás de un uniforme o
con su aforamiento. Se consideran
superiores cuando en su casa no pasaron de ser el niño con mocos. Y, como
siempre fueron relegados o los últimos, ahora se satisfacen implantando a su
favor sueldos desmesurados, pensiones inalcanzables, tributos de risa y los
privilegios que se les antoja. Y así,
sin que Dios sepa cómo, surgen cuentas en
los paraísos fiscales (sin ejército ni patria) con los dineros obtenidos al
dejar a Dios en calzoncillos.
No me extenderé con más marcas, que toda España conoce. Por eso, si yo
fuera Dios os diría: españoles no seáis imbéciles
haciendo caso a todos aquellos, comerciantes o no, que dicen representarme y me muestran como el elixir de la felicidad a costa de desnudarme para hacerse
inmensamente ricos. Ved lo que tienen: Dinero en sus bancos, edificios, tierras
fértiles, informativos, obras de arte y demás cosas que no necesito. Actúo, como
citó Don Quijote: “… y es mi oficio y ejercicio andar por el mundo enderezando
tuertos y desfaciendo agravios...” lo más parecido a lo que dijera Sancho de él:
“¡Oh humilde con los soberanos y arrogante con los humildes, acometedor de
peligros, sufridor de afrentas, enamorado sin causa, imitador de los buenos,
azote de los malos, enemigo de los ruines, en fin, caballero andante que es
todo lo que decir se puede!”. El mundo
está sembrado de dolor y miedo, señales de peligro con las que ciertos entes os
enseñan y domestican; si podéis, no hacerles caso y confiar en lo que sólo asimilasteis
con placer y recompensa, que no son sino huellas de amor con las que alegraros.
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