No hay nada más alejado de
Dios que todas las religiones habidas, que todas las religiones que hay
actualmente y que todas las religiones que el futuro nos depare. Las religiones no son parte de ningún
componente de la evolución natural de un Cosmos que ha proporcionado vida en La
Tierra; son más bien un mecanismo de defensa,
inventado por los hombres, a fin de protegerse de su miedo atávico, asentado en las emociones y los sentimientos,
que la cultura ha comercializado como una mercancía inagotable. ¿Habrá vidas
con otros mecanismos?
En su día, hoy y mañana, el placer y dolor, guías por donde nos lleva la
existencia, se satisfacen calmando los miedos que los provocan. Se iniciaron con
la amistad inseparable de un creador
del mundo y de la vida, que por los siglos de los siglos perdurará de muy
diferentes maneras y cuya evidencia o
irrealidad no son susceptibles de someterse a una comprobación científica. Hay numerosas razones objetivas para negar o afirmar la existencia de un ente
creador; ninguna para que alguien (persona o institución) se arrogue su
representación.
Ante tal cuestión se considera inteligente mantener una actitud pasiva,
impecable y no tomar partido: que
sea la propia subjetividad la que nos
guíe. No necesitamos de brujos, gurús ni
mediadores que nos intimiden, nos
dirijan y cobren por su intervención. No paguemos más comisiones
cuando podemos comunicar directamente. Dios no precisa de intermediarios. Hay que olvidarse de miedos, creencias o
ritos y dar por sentado que todo es
cuestionable, pese a que existan intereses encargados para que el pánico
persista.
Muchos son las culturas (la nuestra entre ellas) que nos hablan de
sacrificios humanos sacralizando rituales que sirvieran para mantener las
conexiones entre hombres y dioses. Hoy
en día no podemos vivir sin rituales que alienten, apasionen e, incluso, por
los que demos la vida. ¿Quién ignora a cantantes, deportistas, divulgadores
vehementes o carismáticos políticos que son sus ídolos? No obstante, ellos no
son entes o formas desconocidas, incontrolables o excitadores del peligro; son de carne y hueso
como todos y, llegado el caso, son abominados o denostados por cualquier circunstancia. Son
personas de cualquier condición, buenas y malas, que pertenecen a nuestra misma
especie, capaces de amar o matar, de ilusionar o mentir a sus mismos
congéneres. Ocupados en sus trabajos con
los que ganarse la vida.
Han pasado millones de años y el hombre está encumbrado en el cenit de la
evolución. Nadie puede negarlo. ¡Faltaría más! Pero aisladamente, aun siendo
ser de manada, necesita sentirse superior a los demás, por encima del bien y
del mal, atrincherándose con prebendas y beneficios exclusivos. Y surgen los poderes absolutos tanto
divinos como humanos. Los que proporcionan la fuerza, la riqueza o la estrategia.
Y los sistemas sociales van emergiendo ante una ingente población. Sistemas
donde la económica y la política se vinculan sin ceder más espacio al sentido común del que ellos considerar
preciso, olvidándose de la espontaneidad. Un sistema liberal o privado que se transforma en un imperioso
capitalismo, adueñado por el anonimato de unos mercados salvajes y
especuladores, que propician el distanciamiento de las personas: los pobres y
los ricos. Un sistema comunista que dice velar por el hombre y se aparta de la
democracia, la libertad y reparte miseria para todos, basado en que la
propiedad le corresponda al Estado que a nadie representa, salvo a sus
dirigentes. Ambos, privatizan beneficios y socializan pérdidas o al revés,
respectivamente. La intuición me dice
que la flexibilidad del P.C.O. (Proyecto de Ciudades Ocupacionales) que vengo
divulgando podrá llevarnos a un buen
término medio con Honorabilidad, Transparencia y Rentabilidad.
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