“Uno es como uno
cree que es, como el otro lo ve o como realmente es”. Es una frase achacada a Don
Miguel de Unamuno, que viene a ser, como comenta Eduardo Punset: “Una cosa es lo que uno dice, otra lo que el
otro entiende que ha dicho y otra realmente lo que quería decir”. Si bien,
leyendo a éste último, comenta que la escritora británica Nina Eptón, en 1961,
vino a decir de los españoles:
“El español medio
es demasiado orgulloso, demasiado egocéntrico y demasiado intolerante como para
poder fundir su personalidad con la de otro ser humano. Un sentido exagerado
del honor es un rasgo narcisista característico de los españoles, que son
individualistas y amantes del monólogo. No comprenden o admiten el dialogo, y
esto complica extraordinariamente la convivencia”.
En la segunda etapa de la dictadura de
Franco, después de dos años de austeridad, (del 57 al 59) la mayoría de la
gente vivía en paz y progresaba económicamente. Esas personas nada (o bien
poco) querían saber de sus causas, ni a qué se debía; menos aún, de las
políticas, en tanto en cuanto, a ellos
no les afectara la tiranía impuesta por el régimen. Aceptaban claudicantes el
triunfo de un golpista, sin cuestionarse la derrota bélica pasada. Transitaban,
como mulas moviendo una noria, con los ojos vendados, esquivando sus miradas,
taponados sus sentidos, mientras las
balas pasaran lejos de su lado. Entre la juventud surgieron, sin embargo,
nuevos reflejos para explorar caminos desconocidos y se sublevaron en la
clandestinidad buscando libertades.
La muerte del dictador dio lugar a un cambio
político y a una transición con escasa épica, zanjada en falso por el miedo
mayoritario de la población, que prefirió tener una sangre espesa a otra
caliente y fluida que de nuevo se derramara. La participación democrática
olvidada por los mayores y negada a los jóvenes en la dictadura, se abría así
como una rosa tardía, colmada de una aroma llamada esperanza. No obstante, el poder oligárquico
se mantuvo intacto, sin que su patrimonio se perturbara, con las mismas creencias
inmunes a la democracia.
La transición del régimen dictatorial a la
libertad pasó por la crítica callada de entonces, interesada por la
estabilidad; hoy se ensalza la comprensión de aquella responsable generosidad,
puestas en peligro por un terrorismo despiadado y unas armas necias de parte de
un ejercito fatuo.
La sociedad se manifiesta siempre ante el
poder y el conflicto, colisionados entre ideologías, valores e intereses
abyectos; algunas de mis preocupaciones y alegrías dan sentido a las cuestiones
que el nuevo Sistema ha de resolver. De ahí, cuanto antecede y el comienzo de
mis reflexiones con las citas al principio apuntadas.
Evidentemente, la narración de la historia
refleja los hechos acaecidos, vistos, (eso sí) desde la subjetividad de mis ojos,
(no ajenos, ni imparciales) y con el bagaje mínimo de la inexperiencia de mi
juventud. Desde tan bajas atalayas, no obstante, invoco al debate, a la
sugerencia, a la aportación, reflexionando sobre los asuntos del Proyecto de
Ciudades Ocupacionales que han ocupado la mayor parte del presente blog.
¿Por qué no rebautizarlo con el nombre de Felicidad para los hombres (FPH) en
lugar del Proyecto de Ciudades Ocupacionales
(PCO)?
¿Por qué no ensalzar más aún la importancia
de las personas que se dedican a la política, especialmente sus dirigentes,
dando cumplida cuenta de sus predicamentos?
¿Por qué no ser fieles seguidores de las
diferentes teorías expuestas (la de
Ciudades ocupacionales, la de los Números primos, la del Cuadrángulo,
etcétera)?
¿Por qué no responsabilizar al Gobierno, ante
la Justicia, de las carencias sociales (miseria: hambre, incultura, avaricia,
desigualdad de oportunidades y libertad) como faltas o desmanes que se hayan de
reparar?
¿Por qué no? ¿Qué pasaría? ¿Acaso la
democracia puede justificar al Sistema que nos arrastra hacia la diferencia
social, la pobreza y la injusticia?
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