El Proyecto de Ciudades
Ocupacionales (PCO) nos conviene a todos: trabajadores, empresarios, profesionales y demás personas (tanto físicas
como jurídicas) ejerzan la actividad que ejerzan. La excepción es clara: quienes
vivan al amparo del delito, incumplan la ley o la bordeen manteniéndose al filo
de la navaja de la misma. Y lo pasarán mal flotando en un mar proceloso henchido
de codicia, inquina, envidia, pasotismo… salvo que se adapten al aire sano y a
las nuevas circunstancias que trae consigo el PCO. Un Proyecto ideado en bien de los seres vivos, el medio ambiente y la
Naturaleza, para que el hombre opte por el camino de la felicidad
realizando sus ilusiones o los objetivos que se forje. Cada uno de nosotros estamos capacitados para algo. No hay persona que
no sirva para nada. Dependerá de la búsqueda y el hallazgo que efectúe. No
obstante, la sociedad no le dejará abandonado y tendrá, mediante un pequeño
esfuerzo, suficiente para poder vivir. Será consciente de ello y se hará
solidario, ya que, de mejor o peor manera, tendrá
las mismas oportunidades, como los demás, de lograr lo que se proponga. Si bien, cuando la cerrazón se mete entre ceja y ceja,
no hay argumento ni confianza que pueda
desanidarla de la cabeza. El porqué
funciona como un endiablado resorte que bloquea cualquier iniciativa que lo
contradiga. No hay nadie que no conozca algún ejemplo al respecto; sin embargo,
uno de los más peregrinos es el dogma de la fe ciega en la creencia religiosa,
surgida por el instinto del miedo que ya existía antes que el hombre existiera.
La gente del mundo generalmente
quiere vivir en paz y de forma digna. Trata de mantener una convivencia estable y, por supuesto, no verse rodeada
en revueltas, rebeliones o guerras. A nivel individual evitará peleas con la
familia, los amigos, los compañeros de trabajo… Intentará estar sano, tener alimentos y cobijo suficientes, gozar de
libertad y educación. Confiará en el Sistema que le proporcione igualdad de
oportunidades, cultura, justicia igual para todos, no ser discriminado y un
sinfín de cosas más. Cada uno de nosotros, no obstante, puede exigirse un
mínimo imprescindibles, saber lo que quiere, para vivir. La vida no depende de
uno. Nace aleatoriamente y precisa un largo tiempo para valerse por sí mismo. Y como animal de manada, habrá de
relacionarse e intercambiar ideas, bienes y demás emociones.
Hoy en día (finales de 2014) existe el convencimiento de que lo más
importante es conseguir fortuna. Tener dinero y permitirse los bienes deseados
o conformarse con aquéllos que precisas, almacenando seguridad para un futuro que
dejar a los hijos que sean herederos.
Los niños tratan de emular a su ídolo (generalmente un deportista) si bien,
en el fondo de la cuestión, observan el nivel de vida que exhibe, el dinero que
maneja y olvidan el plano de sacrificio
que ha tenido que realizar para lograr su prestigio. Los estímulos de los niños están claros pero equívocos, discurriendo por derroteros desconocedores del
esfuerzo ímprobo que tuvo que hacer su héroe para alcanzar las metas que a él
le resultan inaccesibles. Metas, por otra parte, que no siempre dependen en
exclusiva del esfuerzo aunque éste sea (y sobretodo en el deporte) sumamente
importante. También sucede que, pese a espurios o loables propósitos, no es
fácil hacerse rico, incluso, soñándolo muy intensamente.
Convendrán conmigo, que falta motivar
a nuestros niños por el saber, por la bondad y otros valores no menos
cualificados. Habrá de premiarse
la solidaridad ciudadana, el buen hacer cotidiano, el ejemplo que cada día nos
dan los millones personas cumpliendo con su trabajo. Habrá de desterrarse los
tópicos que oímos a diario como “todos
son iguales”, “cada cual va a lo suyo”, “arrima el ascua a su sardina, “no
existe la solidaridad”, etcétera.
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