El pueblo griego, como ningún otro
pueblo, por mucho que el señor Vargas Llosa lo afirme, no se ha hecho el
haraquiri. En su blog de El País
del domingo, con el título EL Haraquiri,
Vargas Llosa comenzaba diciendo que “el
haraquiri es una noble tradición japonesa en la que militares, políticos,…”
Nada de noble y mucho de bárbara, eso es lo que tiene tal tradición; comparable
al romanticismo que pueda tener cualquier suicidio.
Es una obviedad que la gente quiera
mejorar, por lo que un pueblo nunca se hará el haraquiri. Ni siquiera se lo hicieron los países que citaba
tan insigne escritor: “Argentina,
Venezuela –en ocho ocasiones- y la
Alemania de Hitler”. Siempre existe algo o alguien que, en un régimen
democrático, de menor o mayor arraigo, provoca a la colectividad decantarse en
favor de tal o cual partido para que determine la manera de gobernar. Los
ciudadanos confían en que sus votos no les llevarán a peor situación y, menos
aún, al matadero. La historia nos ha dado razones, incluso, sufriendo
revoluciones cruentas y la literatura se ha hecho eco de ellas. Revoluciones como la francesa, la soviética…
son muestras de justificaciones que, con carácter general, podemos atribuirlas
a situaciones económicas dolosas donde
las riquezas prevalecían sobre el hombre. Cada vez que hablo de estas cosas
no puedo reprimir evocar barcos negreros cruzando el Atlántico entre África y
América, la explotación sangrienta que tuvo lugar en el Congo…. e imagino Autos
de fe llevados a cabo y veo a individuos adherirse a la cintura artilugios haciéndolos estallar en un autobús repleto de
personas. Acciones criminales ideadas por mentes perturbadas que obedecen a
nada que yo pueda comprender, sin embargo, representan estímulos de poder,
dinero o creencias para quienes lo ejecutan.
Ningún pueblo se hace el haraquiri.
El griego tampoco. Y de él,
Vargas Llosa decía, que “un milagro
equivale al de curar a un enfermo terminal haciéndole correr maratones”. Y
sonreí al leerlo pensando (yo que en milagros no creo) que las cosas pueden
verse de otra manera. Tal vez, cobre vigor perseguir un sueño para seguir
viviendo antes que morir por continuar haciendo siempre lo mismo. El pueblo
griego, como los demás pueblos, optaron conforme a su criterio y eligieron lo
que quisieron. ¿Serán condenados al
casposo comunismo de un Estado dictatorial o permanecerán siendo esclavos con el salvaje capitalismo actual?
Me aferro a que el hombre ha de estar
por encima de los mercados y los políticos no ser dirigidos por la economía. Ha
llegado la hora de cambiar pacíficamente el indomable sistema que tanto bien
propició y que hoy, con la espiral de sus crisis sucesivas, quizá, no pueda
contenerse. Los Gobiernos deberán no
preferir ninguna de las dos tendencias apuntadas y adoptar de ambas los puntos
positivos que convenga a la mayoría de sus habitantes para procurarles igualdad
de oportunidades, justicia, respeto, libertad y suprimir las abismales
diferencias sociales que son una muerte segura, ya que “el crecimiento canceroso de la pobreza” es el mal que arrastra al
sistema capitalista por la codicia que destila.
Comentaba nuestro premio Nobel refiriéndose a los pueblos, que “la corrupción y el despilfarro les llevó a
descreer de la democracia…”. Pero
¿cuáles son las causas de tales vilezas sino el propio Sistema perverso que las
estimula? La democracia, por tanto, no se perfecciona mientras persistan
aquéllas y no es posible mientas haya personas maniatadas por la incultura y la
pobreza. La miseria, que tiene poco de nobleza, se agarra a un clavo ardiendo,
al cable que alguien le lance aunque le prometa lo que no puede cumplir y
busque espurios intereses. Al respecto, publiqué la novela Escape, proyectando
en ella el mensaje de que los
hombres podemos entendernos sin imposiciones, formulando medios y formas de
conseguirlo.
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