Comienzan bailes alegres y funestos: 2015 un año de comicios. La noria se
ha puesto a dar vueltas y los políticos a rebuznar aspirando ser elegidos.
Mañana se deciden las autonómicas de Andalucía y, estoy completamente seguro, ni un uno por ciento de los votantes saben de los programas, y menos de los
propósitos, que encarnan la lista escogida. Ni conocen a las personas que votan. Tal vez, al cabeza de lista y
tampoco. A lo sumo, por algún motivo inconfesable, habrán asistido a algún
mitin patriotero a oír las decrepitudes de sus contrincantes. A ver fieles
seguidores enardecidos aplaudiendo por cualquier motivo como plañideras
llorando a un difunto. Ni una palabra de
cómo lo harán, ningún compromiso, ninguna responsabilidad: nada que les
suponga un quebranto. Pero, eso sí, muchísimas voces sobre lo positivo, sobre
el beneficio que el elector obtendrá si vota a su partido. Y al contrario, lo
nefasto, el peligro que correrá si elige otra opción distinta. Todos dicen representar
a España, a Andalucía, a la tierra que sienten como suya. Y la tierra no es de nadie y es de todos. Son lugares de paso que
el tiempo marca y acoge a quien corresponda. Acuden e imploran sentimientos con
sus soflamas, tratando de vender ilusión, ganar adeptos e infundir esperanza. Son capaces de resucitar muertos, vender
humo y satisfacer a la gente aun con patadas por el trasero. Y la gente
confía esperando que algo varíe para mejor. Pero todo, mucho me temo, seguirá igual,
ya que los que salen elegidos harán lo que han hecho los demás: acomodarse y
velar por lo suyo, pese a que todos prometieron cambiar.
Ninguno ha dicho que su gobierno, cuando gobiernen, dará trabajo al todo el
mundo de un plumazo. Y se puede hacer,
no lo duden(1). Convirtiendo parte
de los ayuntamientos en empresas de colocación, en patrón de los parados que ocuparan y les compensarán para que vivan. Las empresas tendrán que recurrir
a esa única oficina del mercado laboral para contratar la mano de obra y la
gente que necesiten. Y no importará, al contrario, serán las mismas las que determinen sus propios costes laborales,
respetando un salario mínimo de subsistencia. Detraerán de sus beneficios los importes para pagar a la seguridad social e impuestos. Convendrán todos en aceptar la supresión del dinero físico para poder
seguir sus pasos. En limitar
rentas y separar claramente lo que es individual de lo colectivo. Y esto tan
simple, será una gran victoria en la lucha contra dos de los principales
problemas de España: el paro y la corrupción. Si, además, quien salga elegido
es capaz (cosa que no han dicho) de quitarse privilegios (eludir mordidas,
coches oficiales, asesores, aforamientos), de aprender de los errores hasta
ahora cometidos y de responsabilizarse de sus engaños, sin amparar a
delincuentes y estando la ley al servicio de todos por igual, ganaríamos la
mayoría de la gente y no unos pocos, como sucede ahora, sin que nadie esté por
encima del bien y del mal.
Cuanto me temo que los políticos volverán
por la misma senda de antaño, haciendo lo que siempre han hecho; es decir,
engañando al pobre en beneficio del rico, siendo el dinero, y no los valores o el esfuerzo, quien marque las
diferencias. Y surgirán de nuevo las crisis y la gente continuará lamentándose,
diciendo y haciendo lo mismo de siempre. Y será la misma noria, el mismo baile,
los mismos rebuznos que se pongan en
movimiento. Un círculo que hay que romper, pero no sabemos cómo. ¡Qué no sirvan
de consuelo saber que desde Grecia, pasando por Roma y hasta hoy, cosas
similares han sucedido! Pensemos que “la antifragilidad de unos (pocos) supone necesariamente la
fragilidad de otros (muchos)”(N.N.Taleb).
¿Hay que exigir garantías como indicábamos la semana pasada? Demos en masa, al grupo político que se
comprometa con una propuesta concreta y que haya sido revalidada por la opinión
pública, nuestros votos, sin miedo, convencidos
de que no hay peor castigo que el de Sísifo (2). Ese es el frustrante proceso que se ha de cortar, para que, en su caso,
el castigo recaiga no sobre la gente sino sobre los traidores. Nadie puede
estar por encima de la fortuna.
(1)Lo descubrirán en la novela Escape que, además de entretenerles,
les explicará muchas cosas más.
(2)Llevar una piedra hasta la cima de una montaña y,
antes de llegar a ella, una y otra vez, la piedra vuelve a rodar hacia abajo.
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