Resulta incomprensible que el PSOE
haya ganado en Andalucía. Como si
la corrupción no fuera uno de los mayores problemas que azota esta tierra y numerosos
militantes de dicha formación no hayan estado o estén implicados en ella. Como
si el paro tampoco fuera una desgracia y el Gobierno autonómico, después de
haber sido siempre regido por dicho partido, hubiera eliminado ambos infortunios.
Casi, con total seguridad, los
electores se han resignado a aceptar que el terrible mal de la corrupción está
generalizado en todas las instituciones; en el germen humano de la avaricia o
en los modelos sociales existentes que son incapaces de establecer los medios
para evitarla. Conviene no olvidar que en otros lugares reinan los mismos
delitos (robo, soborno, chantaje) de personas físicas o jurídicas con acceso a
estamentos dominantes, sin que sus gobiernos acierten o estén interesados en doblegarlos.
Proceden de viejos tiempos que se han ido ajustando a procesos o aplicaciones actuales; aunque esto
no deba representar consuelo y, menos aún, una sumisión colectiva.
Lo mismo sucede con el desempleo.
Esa lacra social que a cualquier persona de bien le repugna y, sobretodo, cuando quien la padece no tiene un
techo donde guarecerse o un trozo de pan que llevarse a la boca. (Bien es
cierto que, si por desgracia, yo estuviera en tal situación, me gustaría
sufrirla en Andalucía por la generosidad de su gente, la fertilidad de su campo
y la excelencia de su clima; aunque, posiblemente, cerraría los ojos apretando
el gatillo del odio o la venganza a diestro y siniestro). Donde quien gobierna tiene
la obligación legal de cumplir con la ley proporcionando trabajo (la
Constitución lo ordena) y la conciencia moral para con los suyos y sus iguales,
que ya va siendo hora que los desfavorecidos dejen de reclamar pan y trabajo y
sean oídos.
El (PSOE), partido elegido,
merecería haber sido castigado, como también el PP u otros de los que tenemos constancia
que sus ovejas negras han delinquido
y, todavía, no han puesto claros medios para evitarlo. La presentación de unos terceros, (nuevos e
incisivos grupos con alusiones al cambio y a la regeneración democrática) no
han encontrado el eco esperado, toda vez que las palabras se las lleva el
viento y no han presentado garantías o compromisos con qué responder a lo que
prometen o afirman y, por tanto, la desconfianza de la gente guarda la viña.
Ya en mi anterior entrada hablaba de
fórmulas[1] (que no me cansaré de repetir hasta que se
demuestren contrarias al bien general) no
sólo para atajar prácticas corruptas, implantar el pleno empleo, aminorar las
diferencias sociales o potenciar a las empresas, etcétera, sino también, de cómo
acabar con el círculo vicioso entre elegidos y electores (bautizadas con el
nombre del Castigo de Sísifo) por los que éstos últimos no pueden
resarcirse de las malas artes (engaños, incumplimientos, errores) empleadas por
aquéllos para obtener el poder.
En Andalucía el PSOE que va a gobernar tiene la oportunidad de llevar a
cabo algunas medidas descritas y romper males
endémicos (paro, emigración, pobreza) que afectan a toda España. Asimismo, de
manera ejemplar (sería paradigma para el resto de partidos) a todos los que aspiran a
gobernar, se les impediría las malas prácticas descritas exigiéndoles
responsabilidades (a ellos y a sus partidos) y, por supuesto, Honorabilidad, Transparencia, Rentabilidad. De
forma que, si estas se dieran (tal como quedó de manifiesto, en las últimas
elecciones, cuando el PP llegó al Gobierno), podrían ser paliadas o corregidas
mediante la ejecución de los bienes o derechos, que como fianza exigida hayan
dejado en prenda (garantías reales, no participar en los siguientes comicios,
anular la licencia del partido…) de la misma manera que a un particular se le
embargan bienes, le desahucian o castigan por incumplir sus compromisos,
contratos o promesas. La democracia con
ello no se resentiría, al revés, se apuntalaría con razón.
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