En los tiempos que corren, con la vigilancia de los interventores en los
distintos partidos políticos y demás medidas, no aceptar el resultado de las elecciones, por ejemplo, en las
celebradas recientemente en Andalucía, es
sencillamente una perogrullada. Y por tanto, hay que felicitar a su justo
ganador, cosa que aprovecho para, desde aquí, elogiar al PSOE. Eso no significa
que, como cité en mi entrada anterior, no me resultara incomprensible el
resultado obtenido por dicho grupo, toda vez que en el aire del mismo se agitan
fantasmas muy concretos de corrupción que a la gente le horroriza,
existiendo, además, un desempleo
galopante que no saben como parar. Expresaba
también las causas que, tal vez, se dieron y abogaba por fórmulas (siempre
dispuesto a repetirlas) para evitar
males como los citados, la emigración y la pobreza que, por desgracia, azotan en
todo el territorio español. No ha faltado quien, sin embargo, poniendo el
grito en el cielo, se ha indignado ante tales comentarios, aludiendo una falta
de respeto hacía los andaluces que han votado lo que les ha dado la gana.
Mi respeto es total, no sólo para
los andaluces, sino para todas las personas de bien. Y una simpleza es considerar falta de respeto al
hecho de que alguien se extrañe de un resultado. Porque si alguien es libre
para decidir, también lo es para opinar. Por supuesto ¡faltaría más! que cada
cual vote lo que le plazca, pero eso no es óbice, para que su resultado resulte
extraño. Aunque no sólo en eso consiste la democracia. La democracia es mucho
más.
Pertenecer a un partido no es tener
patente de corso para enervarse en su defensa. No hay mayor grandeza que
reconocer errores y aceptar críticas y, en su caso, regenerarse. Y, menos aun,
defender lo indefendible, que es una manera de llegar a ninguna parte.
Con harta frecuencia se han oído voces esgrimiendo el tú más, que no es sino la acreditación de que, quien lo utiliza,
también lo es. Igualmente, alguien dijo que los españoles roban a Cataluña y ya
se sabe quien sí lo ha hecho. Los mismos que se defienden explicando que no se
les ataca a ellos sino a Cataluña o al pueblo en el que se escudan. Tretas
empleadas, especialmente, por políticos, dirigentes o no, que tratando de
confundir o enfrentarla, engañan a la gente, carentes de argumentos con que
rebatir o defenderse. Y no saben que con ello ponen de manifiesto su sentido de
inferioridad o a descubierto su ignorancia y falta de recursos, dejando mucho
que desear. En la campaña de Andalucía lo hemos podido comprobar: pocas razones
y muchos gestos. Pocas evidencias y muchas arrogancias.
Ni siquiera Susana es Andalucía (por mucho que ahora, legítimamente, tenga
que representarla). Ni el PSOE tampoco (por mucho que durante treinta o más años
la gobierne). Andalucía es mucho más. Una parte vital de España donde los seres
vivos son bien acogidos (por definirla escueta y sencillamente).
Comprendo, no obstante, que
pertenecer a un partido político, sometido o no a su disciplina, condiciona. Y da pié a tildar de ignorante a quien,
efectivamente, lo es y que, como yo, lo sabe y acepta, pero no lo es tanto como
aquél que no quiere aprender y rechaza la afirmación de que el más ciego no es
quien no ve, sino quien no quiere ver, siendo el último en enterarse de lo que
pasa en su casa. Y así, de ese modo, se llega a la paradoja de ver a los dos de
los últimos principales mandatarios de ese partido, por citar una simple
muestra, volando sobre una amplia alfombra henchida de sospecha de la
corrupción que tanto daño produce, escorando a estribor, mirando de popa a proa,
al partido. Nunca hay motivos para
insultar, ni ponerse nervioso, ni mucho menos odiar o estallar en guerra; al
revés, bienvenidos al dialogo, al debate, a la confrontación dialéctica que
alumbra y engrandece. Honorabilidad, Transparencia, Rentabilidad,
que siempre cito como virtudes a seguir,
han de resplandecer con la sinceridad, con las verdades de cada cual,
equivocadas o no.
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