La historia se repite y de ella no
aprendemos.
Como antaño emigrar de España constituye una vía de escape, no por ansias
de aventura sino por necesidades de supervivencia, huyendo del hambre y la
miseria, pagando las secuelas de la ineficaz clase política, nula para
establecer reformas estructurales que lo palíen. Muchos políticos en el poder
se jactan de haberlas acometido y, sí, efectivamente, las realizaron, pero fueron
en favor de los suyos y unos pocos: bancos, poderosos y otras entidades
capitalistas que, en su caso, mañana puedan compensarles. En definitiva, han hecho lo de siempre, lo que saben hacer: aumentar la
riqueza de los ricos y concentrar la pobreza entre los más desfavorecidos. El
partido que hoy nos gobierna dice sacarnos de la crisis (en un entorno
globalizado su propia sinergia la desbarata) confiando en los mercados,
privatizando empresas públicas, cercenando gastos arbitrarios (anulando la investigación,
recortando la sanidad y la educación, excluyendo la dependencia) y aumentando
ingresos indiscriminados (a través del iva y no de la especulación o dificultando
la corrupción) sin medir sus consecuencias que nos han llevado a más
desigualdad: más sacrificios y muertes
que no se contabilizan y, lo peor, restricción de libertades a través de una
educación que mediatiza a nuestros hijos a su antojo,
Se han encargado de ordenar a las personas, como antaño, en clases
sociales, hasta sepultar a las de más baja condición económica en la
resignación, sin que éstas puedan soñar, siquiera, con tener igualdad de
oportunidades. Consciente o inconscientemente, se han convertido en un poder
pragmático que abraza un cristianismo interesado, capaz de volver a crucificar
a Jesús tildándolo de comunista. Hay muchos fieles seguidores del partido que
creen a pie juntillas sus prédicas, viviendo y aceptando sus normas, ajenos a
los problemas de la gente, sin reconocer que son sus líderes los que se creen
con genomas superiores al resto de los mortales.
Hoy la sacro santa Constitución ni se
cumple ni se toca. El trabajo o
la vivienda en lugar de un derecho ciudadano, que el Estado ha de procurar para
todos, ha pasado a ser un artículo de lujo. Algo parecido a la Constitución de
otra época que decía: <todo español
está obligado a defender a la Patria, con las armas…>. Y bastaba con
pagar unos reales para quedar redimido, incluso, de alistarte a la milicia. Los
ricos, siempre los ricos, se libran de combatir. Todas las constituciones promulgan la igualdad de los ciudadanos, al
menos, ante la Ley; sin embargo, y cada vez más, una constante y creciente
desigualdad se cierne sobre la población, obligada, una gran parte, en asistir
a la beneficencia social para poder vivir. Pero no aprendemos de antaño.
Hoy la educación retrocede legitimando una economía de mercado capitalista,
con asignaturas ideadas por una OCDE que poco sabe de filosofía y, menos aún,
de lo que es libertad de pensamiento o elección. Hay muchas maneras distintas
de hacer las cosas (y más económicamente), pero no, volvemos a lo de siempre, a seguir haciendo lo mismo para volver a caer
en crisis permanentemente. De igual manera imponen entre los niños clases
de religión católica, con textos que suprimen la felicidad a los ateos. Dando a
conocer un Dios que todo lo sabe, hasta los más íntimos pensamientos (el pasado
y lo que está por llegar) creador del hombre, a su imagen y semejanza, aunque
pueda renegar de Él y, por tanto, ser castigado.¿No existirá un Dios menos retorcido? “Sólo el conocimiento rasea
el acerbo de la identidad adquirida” y para todo no hay una sola receta. Sin
duda, la mayoría queremos vivir en paz y
en armonía, en un estado de bienestar que a todos beneficie, donde las
diferencias prevalezcan en razón a los esfuerzos realizados u otros valores,
sin que nadie pase hambre y sea humillado. Hay por consiguiente, que anular
el dicho de <tanto tienes tanto vales>
y transformarlo por tanto sabes tanto
vales y eso se posibilita haciendo las cosas mejor y para todos y
estudiando certidumbres y no creencias.
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