Hay mucha gente en los medios de
difusión dedicada en exclusiva a sembrar el odio, la xenofobia, el partidismo,
la enemistad, el enfrentamiento…que con muy variopintas ideas lanzan fotos,
anécdotas, chismes, calumnias y cuantas cosas consideran que llamarán la
atención. Los hay que emplean palabras soeces, ofensivas, malsonantes y demás
groserías sobrepasando lo chabacano e, incluso, profiriendo amenazas. Todos son
agricultores en tierra mediática, fértil o baldía, llena de trampas y
tramposos.
Hay voceros profesionales que cobran por dar pábulo a la mentira.
Por propagar ideas falsas, por hacer el juego a su empresa o partido. Por
descalificar a su oponente, a su enemigo o rival a costa de todo y eso es
sumamente grave, intolerable que no debía de ser permitido.
¿Pero cómo, siendo amantes de
prohibir nada, podemos impedirlo?
La especie humana, originaria de
un sólo tronco, hoy goza de infinidad de estímulos con muy diversas ideas y
aunque algunas sean más aprovechables o aprovechadas, ninguna por ello es superior
a otra, ni ha de ser tildada con calificativos antes citados, ni los merece. Basta con no seguirla, ni compartirla,
hasta que desaparezca en la inanición, el silencio o la indiferencia.
Otra cosa bien distinta es cuando tratan de imponernos, a nuestro
juicio, ideas aberrantes. Toda idea deja de serlo cuando se transforma en
acción y ésta no tiene que ser impuesta por la fuerza de las armas, las leyes, las
rebeliones o los alzamientos a lo que tanto los españoles somos dados. La desobediencia civil es un último recurso
cuando las reuniones, los diálogos, las propuestas se han agotado.
Los medios digitales en los que
todos tenemos cabida son fantásticos para sopesar opiniones que ni por asombro
habíamos imaginado. Ideas gratis, espontáneas muchas de ellas, dando soluciones simples que, por lo general, son
las mejores. Personas de a pié, no militantes, que con su ideología o
tendencia expresan su sentir sin estar obligados a dar a conocer logros
económicos o sus bondades, silenciando coyunturas internacionales o el azar
cuando éstos son importantes.
Nadie honradamente trabajado por cuenta ajena se hace rico. En su caso,
son excepciones. Es la codicia, el latrocinio, el interés desmesurado por
conseguir cosas lo que mueve a muchas personas. Hacerse famoso o rico es una
desgracia que la mayoría de la gente desea incomprensiblemente. Romper,
destruir, matar no importa para ellos o su organización. Su objetivo es claro:
ganar dinero a costa de lo que sea.
El Estado que está para regular, debería evitarlo: limitando rentas.
Estableciendo un tope para que, dejando vivir a los demás, su estímulo fuera su
propia vida: Utilizar recursos saludables. Aprender. Practicar ejercicio. Tener
tiempo. Un medio simple de racionalizar haciendas, cuya finca más importante es
uno mismo.
Sigamos pues aireando nuestras
opiniones, pero respetando a los que opinan otra cosa. Posiblemente será para
muchos menos divertido, menos morboso o sin gracia. También lo será cuando
todos tengamos, mientras vivamos, asegurada nuestra existencia merced al
trabajo y al esfuerzo que realicemos. Y demostremos nuestra indignación
participando con ideas, soluciones y acciones encaminadas a entendernos. La
democracia es un medio que nos lo permite y debemos preservarla.
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