Los hombres necesitamos de algo o
alguien que nos vaticine, con carácter general, lo que va a suceder. Y así nos va: damos tumbos
constantemente entre las creencias religiosas y las políticas económicas existentes.
Son pues religiones y economías las que
nos condicionan con pronósticos diversos que no se cumplen, carentes de ciencia
y sentido común, e irrelevantes en el día a día de nuestro entorno.
¿Qué pasaría si aceptáramos que con la muerte todo se acaba?
¿Qué pasaría si compartiéramos partes de los distintos sistemas o
planes económicos?
Nada. Lo mismo que ahora. La
cuestión es fácil: hay que dar con la tecla que nos haga estar en paz consigo
mismos y gozar con los demás de un bienestar aceptable. Hoy por hoy, los
caminos son irreconciliables e inaccesibles y ya nos gustaría a más de uno, dar
siquiera con una senda que, aun escabrosa, fuera transitable. No obstante, nos
atrevemos a indicar:
En cuanto a la fe religiosa bastará con que ésta sea individual y no se
comercialice. En lo económico, al contrario: ha de ser social y compartido en todo lugar.
Ninguna de las dos cuestiones ha
de ser impuestas. Es necesario de un convencimiento, entenderse e ir alcanzado
acuerdos. Por supuesto, no se lograrán con negociadores posicionados desde alturas
diferentes o considerándose unos superiores a otros. Habrá que bajarse al suelo
y arremangarse, ceder unos y otros con la vista puesta, únicamente, en
conseguir lo propuesto: Paz y Bienestar
para todos.
Dicho esto, me preocupa que la
historia vaya consolidando posiciones encontradas en los dos frentes, para que,
después, en un simple arrebato, se destruya lo conseguido; aun cuando sepamos
que fueron esfuerzos unilaterales, arbitrarios o consecuentes con un sólo
modelo de convivencia social. (La memoria nos trae a colación la Revolución
Verde: pesticidas, transgénicos, monocultivos, y nos lleva al futuro
controvertido del TTIP). Nadie tenemos la varita de hacerlo fácil. Pero habrá
que intentarlo. Basémonos en el
principio que la gente de a pié invoca: paz y bienestar para todos. Y no confiemos
el trabajo a las grandes confesiones y
multinacionales que sólo desean aumentar sus fieles y obtener jugosos
beneficios. Marquémonos la tolerancia y la flexibilidad como pauta sin
aferrarse como clavo ardiendo a una única alternativa; permitiendo lo público y
lo privado sin que nada sea excluyente; aceptando las diferencias y las
diversidades que nos enriquecen sin que nada sea mejor o peor y cumpliendo las reglas.
Tal vez, el vaticinio de saber
que los hombres podemos vivir en paz y con bienestar suficiente, sean los argumentos que más nos guarden; con
un árbitro y vigilante que nos observe, con los medios necesarios para hacer
cumplir las normas, que bien podría ser Naciones Unidas con su Carta y
Declaración Universal de Derechos Humanos al frente, además de disponer de la
total fuerza de las armas mundiales a su disposición (que cada vez sería lo menos
importante).
Son muchas y variadas las formas
de gobernar pero, sin lugar a dudas, la única que ha de servir como modelo para
las demás, es aquella que preserva la vida de los seres vivos. A ellos
pertenece La Tierra y todos los bienes y medios que de ella se obtienen. ¡Qué
no nos cause desasosiego aceptar que no sabemos lo qué puede pasar! Está claro:
nada pasará; la vida nos lo demuestra. Viviremos
en paz y con bienestar. Comencemos a intentarlo ya.
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