Cada mañana, después de
levantarme y tomar el desayuno, me siento obligado a cumplir con mis
necesidades imprescindibles al tiempo que, un cepillo eléctrico, limpia boca y
dentadura mientras las ideas se acumulan como si de una generación espontánea
se tratara. Nada pienso. Sucede de forma aleatoria. Todo corresponde, sin
embargo, a alguna causa que soy incapaz de hallar. Recapacito. Trato de dar con
ella para darme una solución o, más bien, para combatir mi ignorancia. La
conclusión es siempre la misma: “Sangre,
sudor, mucho esfuerzo y lágrimas”, palabras de un tal Churchill que,
revolotean sin descanso anidando en mi cabeza, para privarme de la inquietud que, en tales momentos y siempre, como a
todos, me preocupan e intranquilizan: la
vida. Es decir, la confianza en la certidumbre, en la seguridad de mi
existencia. No obstante, llego a la conclusión de que éstas no existen: son
razones, paréntesis, puntos suspensivos… en la larga narración de la historia
de cada uno de nosotros. Son relatos, condicionantes o estados de ánimo pasajeros como lo son los saltos de agua
de un río formando parte de otras causas ajenas o sin sentido aparente, capaces
de mandan al traste todo lo anterior y dar continuidad a otra vida, nada igual,
pero supuestamente parecida.
Ya va siendo hora de pensar,
posiblemente desde otros cenáculos, en los
conceptos de equilibrio, armonía, término medio, estabilidad…, que no son sino
palabras repetidas una y otra vez hasta el extremo de contagiarnos como si
fueran lo más predecible y natural que ha de acontecernos, cuando en la
práctica social esto no es más que una falacia, una patraña o un engaño ya que la
fluctuación, la inestabilidad, la aleatoriedad, el azar… son el pan de cada día
que nos sustentan y gracias a los cuales la mirada la enfocamos hacía la utopía,
aunque para ir en su búsqueda, camino del
horizonte, necesitemos de un esfuerzo a cada instante, de un valor o un precio para
cada cosa, de un ingenio que nos diga que nada se regala y todo cuesta; donde
la generación espontánea no existe, ni tampoco el espíritu santo interviene.
El vuelo de las aves no necesita de academias que lo enseñen, ni el hombre
precisa de conocimiento alguno para separar o distinguir sus sentidos, entre
los que se encuentra oculto, entre el instinto del placer y del dolor, la
intuición de la que cada uno somos responsable. “No razonemos –como de los
locos diría Locke- a partir de premisas erróneas”.
El hombre (los políticos lo son)
tiene capacidad para salir a frote de cualquier situación que se le presente;
de ajustar la realidad a su conveniencia por mucho que se vea sometida por el
contagio (antes citado) o por la tradición; bastará con hacer las cosas de otra
manera y convencerse de que el caos, el riesgo, la volatilidad, el imprevisto,
las catástrofes existen formando parte del conjunto de las cosas, de los hechos
de nuestras vidas.
Nada me gustaría más que recapacitar
sobre lo dicho. Que lo hicieran personas sin prejuicios, lo más objetivamente
posible, los iniciados desde la práctica y no desde la teoría y aquéllos que se
vean (o se hayan visto) reflejados en sus propias dificultades.
Social y políticamente España está en un momento álgido de la situación
que contemplamos. El telón del teatro se ha levantado y el espectáculo da
comienzo, pero el arte no es lineal y la política no tiene por qué ser paralela
o ejecutarse igual que siempre. Descubriremos momentos apasionantes de la
historia. Por eso, distancias aparte, la
novela de ficción ESCAPE de Sebastián Lorca,
gusta a ricos, poderosos y bandidos por verse en ella, entre sus líneas,
representados y el compendio 5 FÓRMULAS PARA EL BIENESTAR DE ESPAÑA de Reynaldo
Tendero, que se regala con su compra, sencillamente, por la utopía que se le
atribuye.
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