Sin economía no hay política y al revés, ambas son un binomio
inseparable para armonizar cosas y personas en una determinada sociedad.
Comencemos por preguntarnos qué
clase de sociedad queremos. La respuesta es fácil y clara: Deseamos una sociedad donde la mayor parte de la gente pueda vivir: a) En paz. b) Libremente.
c) Con el mayor bienestar posible.
Al servicio de la sociedad ha de estar
la política y la economía. Si no es así, ambas sobran y no es el caso. Por tanto, para que las tres cuestiones mencionadas
se den, no han de existir: a) Las
guerras (revoluciones, revueltas, confrontaciones, peleas…). b) Que cada cual haga lo que quiera, salvo con
respeto, ya que los demás podrán hacer lo mismo. c) La pobreza (el hambre, la enfermedad, el analfabetismo…). La desigualdad (discriminación de todo
tipo: racial, religiosa, sexual…). La
codicia de no considerar que los bienes de La Tierra, además de limitados, pertenezcan
a toda la humanidad (presente y futura).
Un planteamiento simple, sin
duda; pero, ¿dónde nos encontramos
actualmente?
La historia nos ha mostrado
muchos modelos sociales (ninguno perfecto) que se han ido transformando de
acuerdo con los avances tecnológicos y de comportamientos, los cuales han tallado
la política a expensas de la evolución económica (dependiente a su vez de
bienes materiales a nuestro alcance que,
dicho sea de paso, no son eternos ni en su totalidad reciclables). Hoy es
normal oír que la política está a merced de la economía y que ésta
(globalizada) es perjudicial para el hombre y el planeta. Ambas cosas, a mi
juicio, son ciertas: evitable la primera e inevitable la segunda; por
consiguiente, me centraré en formular
qué hacer para innovar la economía capitalista del llamado primer mundo
(hacia el que se abocan las demás). La política deberá, en estos momentos,
enfriar, ralentizar, limitar las funciones económicas propiciadas por los libres
mercados y ponerlas al servicio de los valores, antes citados, fundamentales
para el hombre: la vida, la libertad, la
propiedad privada… Los medios para ello los encontraremos en el esfuerzo de
cada cual (el trabajo lo proporcionan las empresas y el Estado: potenciémoslos), su antagonismo se da
con la acumulación, por parte de unos pocos, de los bienes de este mundo: distribúyanse, limitando las rentas a
través de los impuestos, que hagan retrotraer los estímulos materiales ambiciosos
que nos mueven ( igual que la oferta y la demanda regula los mercados) en beneficio del verdadero espíritu humano
y común que poseemos, sin derrochar recursos (suelos, materias) necesarios para
la normal respiración del hombre y de su hábitat.
Véase que los principales problemas de España están en la falta de trabajo,
el exceso de corrupción y la economía especulativa que pueden desaparecer aboliendo
el desempleo y el dinero; segregando el uso de los bienes y los beneficios desmedidos
empresariales; así como regulando rentas, herencias e innovando el sistema capitalista
para que no merezca la pena acudir a paraísos fiscales, meter la mano o ir a la
cárcel y, por el contrario, propicien los valores de limpia competencia
comercial e igualdad de oportunidades de la gente. Lo difícil (pensará el
lector) es cómo dar con el camino correcto; sin embargo, la senda está trazada
en el compendio titulado 5 Fórmulas para
el bienestar de España y ampliada en este blog que debatiré con quien pueda
estar interesado, a fin de que la vereda por donde transitamos no nos lleve a
un adarve o a un abismo sin retorno. Seguro que contrastar sobre ello podrá sernos
de utilidad, aprendiendo a sopesar
diferentes puntos de vista, por muy utópicos que parezcan.
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