"Es desconsolador comprobar que el
hombre, desde su existencia, ha sido dominado, dirigido e influenciado por las
religiones. Religiones todas controladas por los más absurdos hombres con
espíritus envueltos en la mentira, el fanatismo, la ignorancia… cuando no, por
la demencia, la superstición o el interés. El invento de los dioses de otro
tiempo ha rebasado con creces las fantasías más perfectas. Nos han hecho adorar
las cosas más dispares. Se han creado mitos religiosos absurdos y costumbres
disparatadas, ofreciendo sacrificios incalificables con cuya irracionalidad aún
vivimos.
Las religiones continúan moviéndose al amparo de la ignorancia, el
fanatismo, la codicia… Se encumbran
sobre el intelecto, el buen sentido, la tolerancia, la ecuanimidad… Se imponen
con estupidez, mediocridad, perversión… sin tener en cuenta la moralidad de
quienes no creen en ellas.
Las religiones nacidas con la idea de Dios, el
misterio, la revelación, la salvación, la redención, el rezo, el sacrificio, la
vida en el más allá, la comunión con Dios en pensamientos y actos, se
convirtieron en poder, absolutismo, intransigencia, misoginia, negocio,
dogmatismo… ¿Pero es posible?
La historia de las religiones
está llena de creencias disparatadas e insensateces. Fanatismos y vulgaridades
con las que el hombre de hoy, al pensarlo, se considera estúpido, dadas las
prácticas abominables empleadas ante seres superiores capaces de favorecer y de
perjudicar. Poderosos supuestos fantásticos e imaginarios que, torpes de darse
sosiego, son inspiradores de nuestras vidas y pensamientos dando paso a
costumbres y leyes ajenas a la razón. Los hombres al frente, irreflexivamente,
no se detuvieron a pensar y, aún hoy, siguen actuando por rutina juntándose
instintivamente, yendo como las mariposas a la luz hacia todo cuanto supone
sumisión al mando, pleitesía al triunfo, adhesión a la suerte y a lo que
impera, sin pararse a considerar cómo
todo ello ha sido conseguido, sin cuestionarse si entraña justicia o
injusticia. De tal manera, que la vida continúa, unida a la religión y nada se hace
sin contar con ella. El abuso, el exceso de religión fue siempre la
característica de los pueblos atrasados. En España, la ignorancia, la exaltación
y hasta las artes tuvieron a la religión por madre. Los creyentes de entonces,
igual a los de hoy, piensan muy poco y forman una masa convencida de que sólo
la fe ha de emplearse siendo fieles a lo que de niños les enseñaron. Los
alejados de la fe, con la cual el conocimiento no es en ella de utilidad
alguna, son idealistas o racionalistas
sin necesidad de codiciar, adular o intrigar: no precisan de buscar un dios en
el que confiar.
La religión desempeña un papel de
primera importancia como elemento integrante de la estructura social. La religión debería ser
una cosa íntima de la conciencia seria, comprensiva, respetable, tolerante:
algo de muy pocos. Mientras, el fanatismo, que es ignorancia y superstición, es
cosa de muchos. El lazo común de todas ellas es la fantasía postulando una
conciencia universal. Ya en América, durante su descubrimiento, allí tenían
madres vírgenes, confesión, penitencias purgativas… Y, además del engaño y la
seducción, que acompañan a plantas y animales, a los hombres les asiste la
imaginación y la razón (instinto al temor, admiración, sorpresa,
desconocimiento, misterio… y certidumbre, aprendizaje, claridad, explicación,
el porqué, el cómo… respectivamente) para dar cabida o no a las religiones, las
cuales hacen cesar toda oposición o contradicción que se les pueda probar.
Si el hombre no fuera ignorante o
capaz de pensar; si no fuera creyente o rechazara el fanatismo; si dejara de
darse golpes de pecho o buscara lo mejor, ¿habría más de una religión? ¿Por
qué, en cambio, hay tantas a base de fe ciega, impulsadas por el fanatismo o
por lo que les enseñaron de niños? Un conjunto de afirmaciones especulativas,
una suma de actos rituales, una relación directa y moral entre el alma humana y
Dios, no han dejado de ser intereses sin escrúpulos, vandalismos, absurdos,
robos, muertes, engaños y lo seguirán siendo como una autoridad que no cesa.
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