He escuchado y mantenido
conversaciones con muy diferentes personas (familiares, amigos, vecinos,
conocidos y otros) cuyos pensamientos no solo distan mucho de los míos (que
estimo la diversidad como un bien a generalizar promoviendo la igualdad de oportunidades),
sino que, además, entre ellos, argumentando las mismas razones de peso
(libertad, democracia y otros valores de no menos relevancia como la
honestidad, el respeto, etcétera…) a la hora de llevarlas a efecto, según
promulgan, son absolutamente antagónicas entre sí, aunque en algo estén de
acuerdo: en prohibir, imponer, someter…
¿Cómo gozar de libertad si ambas
partes tratan de imponer sus criterios sobre los demás?
¿Cómo gozar de la democracia si
son incapaces de dialogar entre sí o ponerse de acuerdo?
Insultos, vetos, amenazas, “kale
borroka”, “escraches”, violencias, vandalismos y otras tropelías, son las
únicas características que identifican a los extremismos que, además, se quejan
atribuyendo al contrario las acciones que cometen.
Son personas de signos opuestos
en el marco político, social y económico que vive España. Y, guste o no, los
nacidos en el territorio español son españoles aunque, políticamente, algunos
no lo sean. En otras épocas, y la historia nos ilustra al respecto, las denominaciones
de la España de hoy y la gente que la ocupaba, eran bien distintos. Los tiempos
cambian y continuarán cambiando, se quiera entender o no, sean más o menos
duraderos sus periodos.
¿Quién actualmente no tiene
sangre de sus antecesores romanos, visigodos, judíos o árabes?
Desde siempre nacer y morir son
etapas naturales y realidades que nadie pone en duda; sin embargo, ni para las
mismas existe acuerdo, siendo sonadas sus discrepancias. Los unos, tratan de
nacionalizar mediando para que lo público prevalezca. Los otros, intentan privatizar
para que sea lo privado lo que se instaure. Es decir, blanco o negro, sin
matices. Comunismo o capitalismo, que jamás se entenderán, toda vez que los
objetivos que persiguen, además de utópicos, están en la distancia, si no en
las antípodas, de la mayoría de la gente.
Igualdad de oportunidades, a las
que yo aspiro, es una mezcla de ambos posicionamientos sin que nada ni nadie los
imponga, sin mediatizar ni obligar a hacer una u otra cosa, coexistiendo lo
privado y lo público. Sin embargo, habrá que intervenir (dirigir, primar,
competir, legislar) para regular todo cuanto directa o indirectamente
desequilibre tal igualdad. La carencia de posibilidades para conseguir las
mismas oportunidades en salud, educación, trabajo, justicia, poder de decisión,
seguridad y medios vitales, es lo que, a mi juicio, habrán de regularse.
No todo tiene un mismo
tratamiento y el poder ha de residir en el pueblo. Ambas cosas las saben nuestros
políticos que son parte del problema y de la solución. Mirémonos y descubramos
los misterios que nuestros genes arrastran, desde que el hombre es hombre, mediatizados
por la presión de la conducta y la educación recibidas. Es hora de ganar el
futuro y evitar la violencia, tanto verbal como física, conviviendo con
pensamientos libres y distintos, sin que nada se imponga o prohíba, pero si
regularizando las cosas a las que optar libremente, contrayendo, con su uso,
una responsabilidad. Es decir, hagamos lo que queramos, pero ateniéndonos a las
consecuencias, recordando que no hay efecto sin causa y que el fin no justifica
los medios. Y, mientras ese tiempo llega, bien podríamos proponernos evitar,
como hemos citado, todo tipo de violencia.
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