Votar es una decisión personal
que debería realizase más a menudo para que nuestra delicada democracia fuera
tomando cuerpo y cada una de las medidas a instaurar se fraguaran por la
mayoría de los ciudadanos, sobre todo, cuando a estos son a los que les afecta
sobremanera. En la dictadura un único individuo impone su criterio como si
fuera Dios o su error no afectara. Actualmente, son unos pocos (dirigentes de
partidos) quienes lo hacen con tintes internos de democracia, quedando al
margen el ciudadano por mucho que le digan que está representado. La tecnología
puede procesar, entre otras cosas, elecciones de forma rápida y económica.
Ya va siendo hora de adecuar la
Constitución, nuestra Constitución, en todos y cada uno de sus Títulos,
Capítulos y Artículos que la componen, por los españoles, mayores de edad. En
su momento, allá por 1978, se aprobó, como no podría ser de otra manera,
después de una larga Dictadura, dado los deseos de libertad de los españoles y
los ánimos militaristas vigilantes. Hoy, posiblemente, algunos de los citados
artículos se cambiarían. Aspecto este a sancionar por la gente y redactar por
expertos en un determinado plazo fijado. Los nuevos, en su caso, serían o no
respaldados por un número mínimo exigido de personas para llevarlos o no a
efecto, en una votación definitiva.
Comenzaríamos así con una
Constitución sometida e innovada por una democracia más perfecta, sin
condicionantes, a la que nos iríamos aficionando (y más si se aprende en la
escuela) eludiendo a la clase política de su gran carga de responsabilidad para
la que muchos de ellos no están capacitados. Plebiscitos, a todos los niveles (local,
comunitario, nacional) y de cuestiones muy diversas, serían muy aconsejables para
que todos los ciudadanos tuviéramos la posibilidad de participar y fuéramos
corresponsables. El pueblo empezaría a ser importante. Y, tal vez, no
tendríamos campañas de trolas y promesas irrealizables como ahora, aunque su
tiempo fuera más aburrido, carente de embustes que discutir, pero consecuente
con nuestras decisiones ciudadanas, y cuyas dificultades nos serían achacables.
Hoy he soñando que el Poder, que
surja de las Generales próximas del 28 A, lo propone a las Cortes para que lo
citado, algo que está en la mente de muchísimos españoles, se lleve a cabo.
No hay duda que entre los muchos
debates este es el principal y más trascendente de todos. A nadie se le escapa
que las propuestas que efectúan los partidos políticos desde las tribunas,
pidiendo los votos de la gente para poder presidir España, son, en su generalidad,
normas y regulaciones determinando libertades a la ciudadanía, que, sin duda,
son necesarias; sin embargo, lo antes posible, se debería ocupar al pueblo en la
ratificación o no, como hemos citado, punto por punto, de la Carta Magna para
que la implicación corresponda, por entero, a todos los españoles.
Una proposición esta, que
merecería la pena prometer por todos los cabezas de partidos en disputa por el
poder, actuando de heraldos de la misma, antes de que se conformara dicho Poder.
Desde ya, se establecerían las ponencias propias de cada uno de ellos, el número
mínimo de personas que dirigirían el proceso innovador de la Constitución, sus
observaciones, sus resultas e implicaciones. Constituidas las Cámaras se
llevaría a efecto la proposición con los acuerdos alcanzados, para que fuera confirmada
por el Pueblo en un plazo de dos años, a la mitad de la Legislatura. Cabe tomar
la presente medida sin miedo, sin heroicidad, ni de forma arbitraria, y sí, con
prudente valentía en un tiempo periódicamente previsto de antemano.
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