En estos momentos de
internamiento a causa del coronavirus me viene a la memoria las palabras de un
joven profesor de economía, en la época de la Dictadura, diciendo: “La gran
aventura de vivir en España, a
diferencia de otros europeos, especialmente los nórdicos que lo tienen todo
previsto y se aburren soberanamente, es no saber qué sucederá mañana”.
Posiblemente hoy, prescindir de tal incertidumbre, anularía la emoción de mi
profe y le resultaría difícil vivir sin ella.
Sin embargo, el coronavirus ha llegado como en su día lo hizo la
democracia para demostrar a mi antiguo
maestro que las cosas cambian, no son eternas y, muchas de ellas desestabilizan,
pese a que podamos entendernos hablando y seamos más los que preferimos la
certidumbre a la aventura. Pero ni se habla, ni se coopera. Ni siquiera para solventar el grave problema social y
económico presente y el que atroz se avecina para los que habrá que tomar
drásticas medidas y no dejarlo en manos de la providencia, al azar o a la
caridad, confiando en el buen hacer o la generosidad de la gente. Los políticos
prefieren los discursos con que alimentar a seguidores y liquidar a los que
dirigen para ocupar sus puestos.
Son momentos estos de sentirse
español, un español de verdad, y entregarse por completo al menester de
demostrarlo. Y eso se consigue con proteger la vida de la gente sin destruir,
en la medida de lo posible, el tejido productivo que a todos puede
sustentarnos. El Gobierno y la Oposición han de mediar en que ambos pilares de
la sociedad, por ese orden, permanezcan en pie, cuidando del fiel de la balanza
evitando las máximas muertes, tanto físicas como jurídicas, aunque sea un
difícil y prudente equilibrio, para el que deseamos acierto.
Ya se han anunciado fórmulas
económicas al respeto que deberían continuar adaptándose conforme a los
acontecimientos sucedan , así como una Renta Mínima Básica de la que seguiré
comentado, para que con ella se destierre el paro al tiempo que se protege a
quien carece de medios dignos para vivir. Hoy es cuando más hemos de velar por
nosotros mismos, consumiendo e invirtiendo en productos y bienes locales,
regionales, españoles y europeos, por ese orden. Si bien, aunarse, ponerse de
acuerdo y ser solidario entre todos los pueblos es vital para eliminar la
pandemia. Vivimos en una democracia parlamentaria, susceptible de mejorar, por
lo que hemos de exigir al Gobierno que nos gobierne y a los demás, a que
colaboren y aporten soluciones cuando, como ahora, sea preciso. Llegará, no hay duda, las críticas y las
responsabilidades así como las felicitaciones si con su proceder los políticos
(afilando gastos superfluos, prescindiendo de privilegios, revocando ayudas
innecesarias, emulándonos con sacrificados hechos personales) nos dieran
ejemplo.
Propongo a la Administración que
nos “solicite/obligue” a invertir en la Deuda “Coronavirus”. Una emisión a
crear por el propio Estado para que los suscriptores nos beneficiemos de una inversión segura,
rentable y disponible. Una Deuda a un plazo de 15 años. Con posibilidad de
amortizarla antes de vencimiento a conveniencia del emisor y con cotización en
bolsa. Con un interés variable del Euribor +1, siempre que resulte positivo,
con cupón y revisión anual. El importe de la inversión obligada para cada
contribuyente sería un porcentaje (10, 12, 15, 19 y 23% respectivamente a los cinco tramos del
impuesto de menor a mayor) del importe pagado este año por el IRPF del 2019.
Voluntariamente, las personas físicas y jurídicas, no tendrían límite de compra
alguno para la emisión de Deuda de la que hablamos, destinada a paliar los
daños originados por la pandemia. Obligatoriamente podrían cubrirse unos quince
mil millones de euros de la emisión, ampliable en razón a la demanda de la
parte voluntaria. Todo ello sin contar con los fondos de Europa a la que
pertenecemos.
Invito a que todos colaboremos para
ayudarnos. Yo suscribo mi parte, ¿y tú?
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