Rogaría encarecidamente a los que
accedan a estas líneas que repasen la historia de España. Que escudriñen
objetivamente el pasado, desde finales del siglo XIX, y comprueben si un caldo
de cultivo, similar al de entonces y hasta el comienzo de la Guerra civil y
fratricida, se está urdiendo entre los españoles para que se vuelvan a
enfrentar. Entonces, como ahora:
.
Se cuestiona la legitimidad del Gobierno.
. El fracaso y la radicalización
de la clase política parecen evidentes.
. La discordia entre bandos
políticos no cesa alterando la convivencia ciudadana.
. Ostentar el poder político,
económico, social… se codicia, sea como sea, por los partidos.
. Los ciudadanos comienzan a
tomar posturas y se les nota más intolerantes.
. Alguien está interesado en volver a las
“andadas” empleando medios inaceptables.
Hoy, parece que se está tratando,
sin pasar por las urnas, de derrocar al Gobierno basándose en: despotricar la
función del Ejecutivo; atribuir la crisis económica que se avecina; culpar la
gestión de la pandemia y los muertos causados, incluso los de ETA; acudir a la justicia por una mayoría de
cuestiones, aunque queden en nada; por nombramientos afines o por cualquier
tema que se le pueda sacar punta envenenando a la población con infinidad de
bulos, insultos, mensajes destructivos que repiten y repiten hasta hacer creer
que son verdad siendo mentira.
Tal vez, la historia deba
repetirse: me aterra. Igual, supongo, les ocurriría a aquellos que con sus
reenvío de whastsapp (inocentes o no) echan leña al fuego. Solo con pensar en
el cruento y pasado acaecido, “de cuyo
nombre no quiero acordarme”, me pongo a temblar.
Sé que los hombres ni hablan, ni
sienten, ni actúan de la misma manera y ninguno escarmienta en cabeza ajena;
sin embargo, insistiré hasta la saciedad para que la guerra no vuelva y el
hambre no llegue. Por eso, desde estas líneas, pido a los partidos políticos
que se pongan de acuerdo ya que hemos de convivir en el mismo territorio:
España. Ella, por muchos intereses o privilegios que se arroguen, a todos
pertenece y nadie ha de ser más que nadie.
Hoy la incultura no está tan
generalizada como ayer y las almas de
las Fuerzas Armadas, que antaño confrontaron con su fuerza bruta, debatirían intelectual
y razonablemente, pues, de no ser así,
el peligro se repetiría y eso es inadmisible y no se puede repetir en una
España civilizada. La clase política ha de aunarse y erradicar las desconocidas fuerzas o enfermedades del
mal de aquel tiempo, que hoy son totalmente conocidas incluso por analfabetismos
del que carecemos, si bien, la pobreza se resiste a desaparecer por la codicia
que nos arraiga.
Eleven los ciudadanos sus
espíritus para gozar con la inspiración de las artes y las ciencias.
Identifíquense con ellos y expresen, como ahora hago yo, sus puntos de vista.
Que no sean encuentros insoportables como hacen los tertulianos en la noche del sábado en la Sexta televisión,
descubriendo las debilidades humanas con sus extremados criterios. Olviden la
ira.
Aceptemos vivir con el germen de
la diferencia que no se podrá desterrar como la cabeza del resto del cuerpo: es
preferible ser un cornudo vivo, que no dejar de serlo y morir en el intento.
¡Qué la sangre caliente de los
españoles se aplaque como el frió aplaca el humor de la gente nórdica! El
Pueblo español, consciente, se ha de aprovechar de la luz y la fuerza que lo iluminan.
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