“La nariz es el guerrero
silencioso: el guardián de nuestros cuerpos, el farmacéutico de nuestras mentes
y la veleta de nuestras emociones”. Una frase idílica tomada de Respira, el
título del libro que leo, consciente de que respirar es el poder de la vida.
Hoy, a propósito del Sistema Capitalista que nos ocupa, voy a contar una
historia breve, mezcla de realidad e invención que, como toda historia,
comienza así:
Erarse una vez un matrimonio
gallego, pobre y hacendoso. Él se llamaba Amancio, serio y emprendedor, ella,
María, sastra y mujer de su casa. Para ganarse la vida montaron un pequeño
taller de confección elaborando y vendiendo prendas de vestir para, fruto de su
esfuerzo y tesón, obtener éxito y dar trabajo a miles de personas que cosían
para ellos por encargo en infinidad de lugares.
En Madrid, dos amigos, uno
llamado Miguel, comercial nato, y otro Juan Antonio, sastre de profesión,
decidieron, de igual forma que el matrimonio anterior, crear una limitada y
establecerse por su cuenta en un negocio similar. Se sirvieron de multitud de
talleres de mujeres a las que pagaban por la cantidad de prendas de vestir que
elaboraban bajo su dirección.
Dos rúbricas de análogas
características constituidas en un mismo tiempo y con igual fin (el ánimo de
lucro) lógicamente llegaron a conocerse y relacionarse para acordar no competir
entre sí. La una, intervendría de Madrid para arriba y la otra, de Madrid para
abajo. Ambas firmas, no solo se consolidaron si no exponencialmente crecieron
hasta convertirse en dos grupos societarios más importantes del sector con
marcas propias, exportando y creando tiendas al por menor.
La primera, bajo la atenta mirada
de un mediador financiero, fue introducida en Bolsa, un mercado de valores que
por antonomasia es lo más capitalista existente; pero hete aquí que María murió
y, aunque la perdida fue significativa, Amancio siguió creando riqueza y
ampliando puestos de trabajo.
La segunda, continuó con
idénticos pasos, pero ocurrió que, víctima de un accidente, Miguel murió y la
empresa cerró. Su viuda quedó a expensas de Juan Antonio y éste, considerando
que ya habían ganado bastante, optó por repartir el capital y él vivir de otra
manera: compró una finca de caza y a eso se dedicó.
Dos historias paralelas con
resultados bien distintos. La primera, aún continua líder del sector
multiplicando sus beneficios, dando trabajo a muchísima gente en todo el mundo
y creando más riqueza. La segunda, pudo haber hecho lo mismo, pero no; al contrario,
todo se esfumó. En ambos casos, las decisiones dependientes de una sola persona
fueron muy diferentes, lo que me lleva a pensar que, si en el Sistema
Capitalista societario residiera la norma por Ley de que el objetivo
empresarial es el bienestar común en lugar del ánimo de lucro, las
pérdidas de puestos de trabajo y los perjuicios en infinidad de familias de la
segunda compañía no se hubieran producido, pues el laudo hubiera sido colectivo
y no individual. De tales normas y aspectos escribiremos más adelante.
Se dice del olfato que fue el
primer sentido surgido en el homo erectus.