domingo, 8 de diciembre de 2024

EL SISTEMA CAPITALISTA VIII

 

Nadie ignora a estas alturas que las herencias son una serie de medidas ancestrales, posiblemente iniciadas en la época romana, por las cuales se transmiten bienes y derechos de un fallecido a terceras personas.

Nadie ignora tampoco que son un engranaje perfecto para seguir manteniendo los bienes y privilegios por las mismas clases sociales que los tenían, hayan sido o no usurpados o robados, ganados en guerras o combates, expropiados o adquiridos falsamente, apropiados por la fuerza o real decreto, legitima e ilegítimamente o por un largo etcétera que cada cual puede desgranar y comprobar.

¿Y qué decir de sus cuantías y de los verdaderos derechos hereditarios?

Herencias estratosféricas que nadie en muchas vidas podrá gastar. Derechos hereditarios de propiedad, de ocupación, de bienes raíces, de posesión, de arriendo, de lucro cesante… Herencias de títulos (rey, conde, marqués…), de valores (acciones, joyas, obras de arte…), de propiedades (casas, palacios, vehículos…). Testamentos conflictivos. Abintestato. Bienes comunes: origen, modo y fin de estos. Todo un mundo de cuestiones a considerar y, por tanto, susceptibles de modificar como se ha hecho en otras ocasiones, aunque sin examinar cuantías, limitaciones…

¿Por qué no simplificar, limitar, ordenar, regular lo que una sola persona no puede digerir ni consumir en su vida mientras miles de personas mueren en la indigencia? El reparto de la riqueza, tanto moral como físico, debería ser un objetivo principal del Poder de la Justicia. Por supuesto, que no hemos de quitar mérito alguno a quienes por su trabajo y esfuerzo han conseguido lograr una fortuna. Menos todavía incautar tales bienes y derechos sin respetar las últimas voluntades de un finado; si bien, éstas pueden limitarse a determinadas cantidades por ley, máxime si aparecieron por obra y gracia del Espíritu Santo, se obtuvieron ilegalmente, de dudosa procedencia, eludiendo al fisco o, por su excesivo importe deberían ser reguladas o limitadas, al menos en parte, en beneficio de la comunidad.

Un rey, por muy legítimo descendiente que sea, ¿ha de ser rey sino lo desea o apetece, o es persona incapacitada? Convendría repasar la historia de España y ver casos sangrantes donde hijos, nietos, bisnietos, vivieron de por vida sin dificultades con lo heredado. Franco, Juan Carlos, el emérito, por ejemplo, ¿de qué forma obtuvieron su fortuna? ¿No convendría que parte de su herencia sirviera para aminorar desigualdades humanas? Con las enormes fortunas de Elon Musk o Amancio Ortega, ¿no podría destinarse parte de ella a remediar problemas económicos, sociales, de medio ambiente u otras obras en beneficio del bien común? ¿No sería de justicia que, a los empleados de sus empresas, colaboradores en conseguir sus patrimonios, les tocara algo? (De esto hablaremos próximamente).

La desigualdad entre humanos es una realidad muy triste. Algo incomprendido para quienes nacen ricos por la simpleza de un polvo y no por los esfuerzos de un trabajo. Del trabajo deberían proceder todas las rentas para el sustento digno de la persona. De seguir así, las diferencias económicas cada vez serán más amplias.

Pensemos que hemos de caminar hacia la paz social, la igualdad de oportunidades, la convivencia y no, por el contrario, hacía la guerra, la desigualdad e intolerancia.

Las aguas tienen su origen y final en los mares. Las riquezas y pobrezas pertenecen a la sociedad. Devolvamos a esta un trozo de la excesiva riqueza conseguida por un fallecido, y ampliemos el bien común o el bienestar general repartiéndola entre sus herederos y las personas vulnerables o maltratadas por su mala suerte.

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