Nadie ignora a estas alturas que
las herencias son una serie de medidas ancestrales, posiblemente iniciadas en la
época romana, por las cuales se transmiten bienes y derechos de un fallecido a
terceras personas.
Nadie ignora tampoco que son un
engranaje perfecto para seguir manteniendo los bienes y privilegios por las
mismas clases sociales que los tenían, hayan sido o no usurpados o robados,
ganados en guerras o combates, expropiados o adquiridos falsamente, apropiados
por la fuerza o real decreto, legitima e ilegítimamente o por un largo etcétera
que cada cual puede desgranar y comprobar.
¿Y qué decir de sus cuantías y de
los verdaderos derechos hereditarios?
Herencias estratosféricas que
nadie en muchas vidas podrá gastar. Derechos hereditarios de propiedad, de
ocupación, de bienes raíces, de posesión, de arriendo, de lucro cesante…
Herencias de títulos (rey, conde, marqués…), de valores (acciones, joyas, obras
de arte…), de propiedades (casas, palacios, vehículos…). Testamentos
conflictivos. Abintestato. Bienes comunes: origen, modo y fin de estos. Todo un mundo de cuestiones a considerar y,
por tanto, susceptibles de modificar como se ha hecho en otras ocasiones, aunque sin examinar cuantías,
limitaciones…
¿Por qué no simplificar, limitar,
ordenar, regular lo que una sola persona no puede digerir ni consumir en su
vida mientras miles de personas mueren en la indigencia? El reparto de la
riqueza, tanto moral como físico, debería ser un objetivo principal del Poder
de la Justicia. Por supuesto, que no hemos de quitar mérito alguno a quienes
por su trabajo y esfuerzo han conseguido lograr una fortuna. Menos todavía
incautar tales bienes y derechos sin respetar las últimas voluntades de un
finado; si bien, éstas pueden limitarse a determinadas cantidades por ley, máxime
si aparecieron por obra y gracia del Espíritu Santo, se obtuvieron ilegalmente,
de dudosa procedencia, eludiendo al fisco o, por su excesivo importe deberían
ser reguladas o limitadas, al menos en parte, en beneficio de la comunidad.
Un rey, por muy legítimo
descendiente que sea, ¿ha de ser rey sino lo desea o apetece, o es persona incapacitada?
Convendría repasar la historia de España y ver casos sangrantes donde hijos,
nietos, bisnietos, vivieron de por vida sin dificultades con lo heredado. Franco,
Juan Carlos, el emérito, por ejemplo, ¿de qué forma obtuvieron su fortuna? ¿No
convendría que parte de su herencia sirviera para aminorar desigualdades
humanas? Con las enormes fortunas de Elon Musk o Amancio Ortega, ¿no podría destinarse
parte de ella a remediar problemas económicos, sociales, de medio ambiente u otras
obras en beneficio del bien común? ¿No sería de justicia que, a los empleados
de sus empresas, colaboradores en conseguir sus patrimonios, les tocara algo? (De
esto hablaremos próximamente).
La desigualdad entre humanos es
una realidad muy triste. Algo incomprendido para quienes nacen ricos por la
simpleza de un polvo y no por los esfuerzos de un trabajo. Del trabajo deberían
proceder todas las rentas para el sustento digno de la persona. De seguir así,
las diferencias económicas cada vez serán más amplias.
Pensemos que hemos de caminar
hacia la paz social, la igualdad de oportunidades, la convivencia y no, por el
contrario, hacía la guerra, la desigualdad e intolerancia.
Las aguas tienen su origen y final
en los mares. Las riquezas y pobrezas pertenecen a la sociedad. Devolvamos a esta
un trozo de la excesiva riqueza conseguida por un fallecido, y ampliemos el bien
común o el bienestar general repartiéndola entre sus herederos y las personas
vulnerables o maltratadas por su mala suerte.
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