Hace unos días escuché decir a
unos jóvenes que antes se vivía mejor. Intervine en su conversación para que me
indicaran cómo y en qué época eso ocurrió: se limitaron a contestar, tal vez
porque me conocían, que “con Franco se vivía mejor”.
Mendaces, pensé. Y dada sus edades,
sabiendo que ni existían cuando mandaba un dictador, me permití preguntarles: “¿Habéis
oído hablar de la Brigada Político Social o del No-Do de aquel tiempo?
Dudaron y ninguno de ellos
contestó: lo ignoraban, sin duda.
“Pues bien, -les manifesté-: ambas
eran herramientas. La primera, un centro de control de “las Fuerzas del
orden” sembrando el miedo con violencia y represión. La segunda, tan poderosa
como la anterior, enalteciendo la política del régimen que, obligadamente, había que ver y oír”. No me extendí en más explicaciones aguardando las
suyas u otros comentarios que quisieran hacerme seguir.
La mayoría de ellos callaron. Uno, sin embargo, adujo: “ahora pasa lo mismo y ni se tiene curro, ni se
puede vivir”. Quise decirle que aprovechara su vida, pues es la única que tendría,
pero preferí raspar en mi memoria para que el chaval me oyera decir lo que,
seguramente, nunca escuchó ni leyó: “Aunque en la Transición no se cambiaron ni
jueces ni policías, hoy, afortunadamente, no son los mismos y se sirven de la
Ley en democracia y no por el ordeno y mando de un régimen político que
infligía el castigo y la prisión como norma si no algo todavía peor”.
“Pero se vivía mejor”, insistió el chaval, en
tono chulesco.
“Si, efectivamente -le manifesté,
irónicamente-, sobre todo, los que desaparecieron o se los llevaron a otras vidas, huyendo o muriendo sin querer, dado el régimen inquisidor franquista, cuya depuración fue
un horror. Algo, posiblemente parecido, a lo que ahora sucede en Rusia, Corea
del Norte, Venezuela… donde la vida de una persona vale nada o tampoco”.
No quise extenderme más pensando
que “nadie escarmienta en cabeza ajena” y recordé mi juventud: lo bien que me
fue en la época de los sesenta cuando tenía tres empleos ignorando toda
política, careciendo de libertad para hablar, opinar y decidir salvo que se
tratara de fútbol, toros u otra diversión inocua, sin saber nada de lo
que ocurría, ni siquiera pensar en cuántos estiraban la pata cuando se
los llevaban detenidos a la Dirección General de Seguridad la policía, o a sus cuartelillos
la Guardia Civil; pues para entonces la
censura, lo prohibido, el Tribunal de Orden Público, el miedo… andaban por sus despechos y solo servían los enchufes, los sobornos, la corrupción.
Era una España triste y gris, en
blanco y negro, gobernada por un militar necesitado del silencio de los
cuarteles al son de una única trompeta: la suya. Algo que, a veces ahora, oigo desear a
los mayores para los jóvenes que, por supuesto, lamento y repudio.
¡Respeto, tolerancia y educación y no las desigualdades económicas tan abismales, es lo que ansío!
Adiós a Una, Grande y Libre. Bienvenida una sola Patria: la Tierra. La única que ha de existir siendo la de todo ser vivo.
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