domingo, 27 de julio de 2025

HAGAMOS SIEMPRE EL BIEN

 

A veces, me da la sensación de que todo cuanto escribo es parte de lo malo o lo peor que acaece y, tal vez, algo de razón haya en ello, sin embargo, no es mi intención hacerlo. Hoy, por tanto, desde la humanidad que nos asiste y hemos de conservar, daré pruebas que lo corrobore con razones más que suficientes.

Personas buenas, generosas, de carne y hueso y gran corazón son la mayoría: Anónimas, solitarias y silenciosas; dispuestas a socorrer, ayudar y colaborar por el bien de sus semejantes a cambio de nada o por el puro placer de sentirse bien consigo mismo, beneficiando a los demás. Otras, por motivos vocacionales, generalmente, se entregan en hacer el bien a los demás cuidando de ancianos a los que limpian el culo; tratando a enfermos de toda condición con sumo cariño; cruzando las aceras y pasos de cebra a niños, viejos e invidentes; socorriendo a víctimas de accidentes y desgracias; sofocando fuegos y salvando a náufragos; alimentando a indigentes; desinfectando drogadictos; cuidando miserias ajenas; …. Todas ellas, requieren de nuestra gratitud y, desde estas líneas, se lo agradezco honestamente. 

Nunca olvidaré la labor caritativa de las monjas de los ancianos desamparados de mi pueblo. Jóvenes mujeres, en su mayoría, soportando improperios, insultos y maldades de algunos viejos residentes que volvían borrachos al asilo. En éste, se apiñaban mujeres y hombres octogenarios que nadie querría tener en su casa. Pobres seres llenos de historia, necesitados, en sus últimos días, de que sus almas desdichadas fueran atendidas cuando ni siquiera Dios las socorrería.

Un mundo, el nuestro, que podríamos hacerlo menos amargo si la distribución de la riqueza, forjada por el conjunto de las naciones, fuera una realidad. Un hecho que se podría conseguir de no haber individuos miserables rigiendo las mismas, en especial las más ricas e importantes, olvidaran creerse dioses, beneficiaran a todos los pueblos y no fuera indispensable justificar lo que, para sí mismos, hacen.

Somos lo que vivimos, aunque la fe sea de una importancia infinita, hasta el extremo de que “puede mover montañas” y salvar de la desesperación a quien la profesa. Tal afirmación es como creer en la magia y la casualidad, en el destino y el Más allá, en lo sobrenatural y en la resurrección de los muertos, pues estos ya dejaron de existir, no piensan ni sufren y nada desean. Ni siquiera saben que los vivos llevamos flores a sus tumbas y eso, lógicamente, solo a nosotros nos importa.

España funciona en economía excelentemente, no todo lo bien que nos gustaría, pero mejor que nunca al fin y al cabo, pese a las voces agoreras, desestabilizadoras y perniciosas que dicen lo contrario sin razones que lo justifiquen y en contra de los deseos de una oposición negativa que ni aporta ni colabora; al revés: rechaza, denigra, ofende y se limita a decir no al Gobierno en todo, por muy bueno que sea para la mayoría de la gente a la que, ahora, tratan de equivocar falazmente y a la que, mañana, pedirán su voto sin haberse por ella despeinado.

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