Al hilo político de cuanto leo y considerando de importancia el contenido
del presente blog, no puedo evitar desclasificar los diferentes tipos en
los que las personas somos encasillados. Así nuestras ideas o expresiones son
de izquierdas o derechas, monárquicas o republicanas, conservadoras o
progresistas, liberales o socialistas, comunistas o capitalistas, etcétera. Es menester que el término humano, común a
todos ellos, sea la única e inequívoca expresión por la que un Gobierno,
representando a un Estado, deba conducirse. Todas y cada una de las personalidades
e idiosincrasias atribuibles forman
parte de un contraste de pareceres enriquecedores, sin que ninguno de ellos sea
concluyente, puro o exclusivo de nadie. Tengo la impresión que la integridad
del color no existe; razonable es, que
cada cual tenga un gusto propio; que se acople a uno mejor que a otro; que, en cada caso, la elección deba elegirse; en definitiva, que una mezcla
sea la opción. Es más, existen factores tan importantes como las circunstancias
del momento que vinculan la identidad. Y es que cuando ésta se difumine como
una gota de veneno en un vaso de agua, todos podremos beber sin riesgo a
envenenarnos. No comulgo con la lucha de
clases. Ni con los unos ni los otros.
Todos somos seres humanos, personas físicas engendradas con células distintas y
complementarias, a diferencia de personas jurídicas constituidas por la
sociedad.
Ya desde el nacimiento, existen
infinidad de circunstancias, infinidad de elementos imposibles de controlar. Cuenta
el lugar, el clima, los padres, la educación, las creencias, las costumbres, el
grado económico, la cultura, los amigos, la predisposición, la salud, el azar y
un sin fin de avatares más, prolijos de enumerar, determinantes de la
ideología, de la forma, del tipo con los que nos clasifican, independientemente
de los genes que algo tendrán que ver. Unos cromosomas que permanecen eternos
desde el principio de los tiempos y que la evolución los ha hecho suyos, sin
que el hombre (tiempo al tiempo) los haya comercializado.
Así que todo, pese a ser relativo, lo convertimos en determinante. Es
una suerte no ser todos tipificados iguales (aunque físicamente la humana
condición lo sea de hecho) y proporcione
una diversidad enriquecedora con muchas alternativas. No entiendo porque
encasillarnos de una u otra manera, cuando podemos tener de ambas o de muchas
más. No es un privilegio, sin embargo, ser de una u otra clase. Es relativo. Lo
que no puede ser es que el Gobierno, representante de un Estado, lo sea. Debe
gobernar para todos, teniendo por bandera la razón. Una política excluyente es
nefasta. La libre decisión es fundamental. El bien común ha de aplicarse. La opinión
pública mayoría no debe desdeñarse. El Gobierno debe dar ejemplo de
imparcialidad. Dar muestras de prudencia, ejemplo de mesura, neutralidad y
respeto. Lo contrario es desgobierno. Y
desgobierno es no procurar libertad a sus gobernados, abandonar a su suerte a
los más necesitados, no tratar de igualar con los impuestos a sus ciudadanos.
Y en España hoy hay tristeza, paro, emigración y el hambre que no sabe de
paciencias. Contribuyendo todos a nadie se le obliga ir a misa, a los toros o
al cine, que pueden ir si quieren, como tampoco nadie puede violentar el
derecho de la mujer, o del hombre, para hacer lo que quiera con su cuerpo. Ni siquiera, por delito que sea, el suicidio
puede evitarse. A él recurrirán muchos españoles, en su sano juicio, si creen
que para vivir es necesario el crecimiento. Eso lo dice el Gobierno para crear
trabajo: sus razones tendrá. Desde luego
enlentece la agonía de la muerte con tan paupérrima alternativa, Dios nos libre
del delito del suicido que lo ponen tan fácil. Y es que hay clase política,
social y económica, que no sabe de crisis y nos engaña diciendo que eso sucede
periódicamente, de manera natural como nace una flor silvestre ¡Falacias! A
ésta y a aquélla se las extirpa si se quiere, pero no les interesa.
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