Nunca es mal momento para
manifestar una opinión libre, sobre todo, cuando es objetiva o subjetivamente desinteresada.
No hay nada ajeno al convencimiento de mí pensar, que me lleve a no darla a
conocer. Ninguna intención es más
sincera que la expresada con el propósito generoso del bien común, aun a pesar
de que el adagio popular nos diga, que “de buenas intenciones el infierno está
lleno”. No obstante, no creo en infierno alguno después de la muerte y sí
en los creados en vida por los hombres y, en este caso, desde luego, estoy
alejado de las llamas de la desesperación, cercano a la agresiva lucha por
apagar el fuego que enerva a los ciudadanos de buena parte de Europa.
Desentendernos, alejarnos, salirnos del Europa, y con ello me refiero
del Euro, sería la mayor locura que podríamos hacer. No sólo España, sino
cualquiera de los países que la forman. Es más, algunos otros, entre ellos Gran
Bretaña, han de dar un paso definitivo y decidirse. Les auguro caminos
estrechos y sendas oscuras de no entrar plenamente a formar parte del gran
proyecto de Europa. Y, al contrario,
ambas partes engrandecerán sus perspectivas y serán más ecuánimes si se aúnan
intensamente en ese proyecto común de una economía, una política y una sociedad
regida por un mismo modelo; con un patrón que es imprescindible mejorar sin
duda, evitando renunciar a logros de bienestar alcanzados y perfeccionarlos,
aunque por ciertos politicastros sean tildados pusilánimemente como pérdida de
soberanía nacional.
La gente no es más saludable, ni come con soberanía; lo hace con
estabilidad, pan para el cuerpo y conocimiento para el alma. ¿Qué puede
importarle a un finlandés, a un español o a un británico que, libre y
democráticamente elegido, dirija temporalmente los destinos de Europa un
francés o un sueco? El camino recorrido tan lentamente, sí ha venido a
consolidar un amplio espacio vital de paz. Necesitamos
de más entendimiento. Y en los momentos actuales, más que nunca. Ahora
podemos ver la fuerza poderosa de la economía cedida, motor inicial del
sistema, encallada por los desmanes e intereses políticos y de negocios en
soberanías mal dirigidas (simplificando el problema). Una vez podamos ajustar su tráfico, (regulando mercados; no tratando
comercialmente con los llamados paraísos fiscales; ampliando el ámbito de
actuación de las personas jurídicas más allá de sus países de origen a Europa
entera, con iguales moderadores, tribunales e impuestos; estableciendo
limitaciones a las rentas; reconduciendo la estrategia del esfuerzo al pleno
empleo, etc.) se habrán de aplicar medidas correctoras para que la política se
convierta en la noble esperanza social, que poco o nada pueda intervenir en la
economía del retail, fuera de una partida asignada.
El ciudadano está pagando el
castigo de la crisis. Los políticos, junto con sus amigos los banqueros, la han
provocado con engaños y desatinos y, ahora, además de ejecutores, se aprovechan
beneficiándose mutuamente. Son culpables. Y desde Europa cierran los ojos y
nada quieren saber del sufrimiento. Callan.
Esperan un escarmiento. Hemos de linchar en las urnas a los que se auparon al
poder mintiendo y no elegir a tanto impresentable. Probemos con nueva gente, comprometida por escrito a desterrar
privilegios, asumir responsabilidades, implementando, con un plan mínimo de
innovación del Sistema, Honorabilidad,
Transparencia y Rentabilidad en todos y cada uno de sus actos. Un Sistema
flexible y duradero que vengo predicando en el desierto, expresando grupos de
medidas (todas revisables) que erradiquen prácticas delictivas y amorales como
las que ahora vemos cada día en la prensa. Formar parte de un Gobierno con
tantos asesores a su disposición no debe ser difícil. Miles de funcionarios están
dispuestos a cumplimentar las instrucciones que se requieran por una Europa eficaz.
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