“¡Cómo me gustaría creer a los políticos!” Le oí a un amigo decir en voz alta, para
continuar: “Hace ya bastante tiempo que me defraudaron y, ahora, no confío en
ellos, ni logro creerles. Lo bueno de
esto es que no me engañan”. Lo malo, supuse yo, es que con tal escepticismo e indiferencia,
tal vez, al no interesarse ni siquiera por ir a votar, favorece al partido menos
indicado y, por supuesto, hace una generalización que puede ser injusta.
Hablamos de cuestiones políticas que nos afectan y, cada vez es más normal que alguien mate la conversación
con frases tan generalizadas como: “no merece la pena”, “todos son iguales”,
“van a lo suyo”, “son unos sinvergüenzas”.
Ante esto los pensamientos dudan hasta el extremo de sentirte, cuanto
menos, confuso y preguntarte: ¿Todos son
iguales de sinvergüenzas?
Y sin entrar en las corrupciones conocidas, a través de la prensa, en las
que están inmersos, no consigo comprender por qué ninguno de ellos (salvo
excepciones) renuncia a sus prebendas, privilegios, distinciones o diferencias
con la gente del pueblo llano a quienes dicen representar.
Ellos no nos representan plenamente. En todo caso si su partido, en cuyas
listas han sido incluidos arbitrariamente o sin saber cómo. ¿Por qué entonces
se arrogan una representatividad incierta? ¿Acaso, no defienden los intereses
de su partido que carece de responsabilidad?
Consecuentemente, los políticos nunca
se pondrán de acuerdo para lograr un pacto de Estado en los asuntos cruciales e
importantes que nos interesan, porque, en su caso, ¿cómo justificarían su
cargo sin contradecir al del partido contrario? ¿Cómo vociferar “y tú
más”? Nos muestran razones, triunfalismos,
exclusividad... Y no nos dan ejemplo. Se miran en los de arriba y no en los de
abajo. Se creen superiores, no inferiores ni iguales. Establecen sus propias
condiciones económicas y sociales o se las mejoran acoplándolas a su
conveniencia, saltándose las normas o
creando nuevas para beneficiarse o beneficiar a parientes, amigos o intereses
oscuros. Y ¿qué decir de sus favores y
generosidades con lo que no es suyo, jugando con vidas y haciendas? Me
suena a la generosidad del diablo con la que poder hacer más tarde su voluntad
o exigir su compensación. ¿Se asemeja a la impunidad de Dios? ¡Son tantas las
cosas que desconocemos! No es extraño que la gente piense así, que se hable con
generalidades. ¿Qué programa político dice que sus componentes han de ser diferentes
a la gente?
La esperanza es lo último que perdemos los hombres. No cabe duda, que ésta se
compone de una la efímera ilusión y, en su mayor parte, de un enorme desconocimiento.
Los políticos con sus errores ya se encargaron de marchitar la primera y ahora procuran hacer lo posible por
mantenernos en la ignorancia, al margen de sus componendas, para que la
gente no ingresemos en la desesperanza, si
es que no estamos asumidos en ella. Por
eso, no debemos permitir: Que nuestra rabia nos incapacite del
discernimiento. Que una voz dolida turbe
nuestro criterio. Que alguien juegue con nuestros sentimientos. Que nos tomen el pelo tratándonos como a
niños pequeños. Que los cargos públicos sean eternos… Nos consta lo difícil
de ser perfecto, claro e inmaculado, pero no podemos renunciar a que los
políticos respondan de sus hechos
(nosotros les pagamos con los impuestos)
y han de dar cuentas periódicamente, sin esperar a un fragante delito.
No es suficiente clamar a nuestra impotencia o a su mala fama, porque hayan
sido ganadas a pulso; hay que exigirles
y saber lo que hacen.
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