¿A qué o a quién
sirves? Casi siempre, al parecer, está claro, pero, tal vez, no.
Los hombres, sin embargo, vivimos mediatizados; especialmente los afiliados a la disciplina de una organización dogmática,
programática, sectaria, religiosa, militar, política, supeditada a altos
intereses o ideales empresariales, colegiales, sindicales, independentistas,
que roban, mienten, matan, juran en
arameo, comen culebras y lagartos, beben pócimas por no sé qué honor hasta el
extremo de creerse sus propios engaños, justificándolos como parte de su enseñanza
para salvar a la patria, sacrificarse por su sagrada condición, inmolarse en
pro de la elevación de su alma, defender el exterminio humano, convencidos,
sobre todo, que los demás están
manipulados. Se equivocan; en mayor o menor medida, todos estamos domesticados.
En política hay
muchas alianzas, incluso contrarias a los propios intereses que defienden. Amenazas,
silencios, poderosas razones que, a veces, se tornan superiores a los
principios; pero, en todos los casos, la
parca llega colmando de vacío los cementerios y apagando las voces de los más alborotadores
y temerarios. Por suerte, no nos libraremos de ella.
Por consiguiente, el hombre para obtener la felicidad, ha de aceptar
lo que acontezca, sin que por ello haga dejación de sus ideas o creencias y
tenga que conformarse. Se habrá de rebelar por mucho que le suponga el mayor de
los sacrificios.
En general, cosa
distinta se agita en las empresas (grandes y multinacionales) que son
auténticas estafadoras. La forman chorizos profesionales que imponen sus
tarifas, sus métodos de cálculo, sus formas de actuación, pasándose por el arco
del triunfo cualquier ley o norma que no les interese aplicar. Esto no es de
recibo, pero el Estado (a través del Gobierno) lo efectúa igualmente dando
ejemplo. Sus clientes o consumidores están, ante ellas, indefensos y sus
reclamaciones machacar en hierro frío. Correa
es el paradigma claro del ídolo caído; con seguridad, fue envidiado y guía
de lo que llaman éxito. Cuestionar lo
que nos proponen y anuncian es el método a seguir. Convendría, no obstante,
diferenciar entre las empresas públicas y privadas que deberían coexistir y
competir para que sean los usuarios (no el sistema) quienes decanten su
conveniencia.
Tengo la sensación
de estar volviendo a la ley de vagos y maleantes y eso me asusta; me suena a Dictadura.
Establecer normas parecidas, atenta a la frágil democracia, que apenas cubre
las necesidades perentorias de los ciudadanos. Las medidas que fragmentan la
libertad son indignas, cobardes y aberrantes, máxime, cuando el pueblo ha dado muestras
de cordura y espera, de una puñetera vez, ejemplos de transparencia. ¡Puede que
no sean suficientes las numerosas manifestaciones del descontento de la gente!
De seguir así, nos trocaremos en personas dependientes, incultas, pobres,
miserables e indefensas.
Una transición personal hemos de comenzarla desde la
niñez. Los padres aportando no sólo sus genes sino sus
memes. Y éstos, a diferencia de aquellos, transformarlos conscientemente. La
educación, la cortesía, la cultura, el respeto, los alimentos, los hábitos, las
costumbres no habrán de impartirse de forma automática sin antes considerarlos. ¿Por qué bautizar, circuncidar,
catequizar o politizar a los niños sin su consentimiento? Que la domesticación inevitable se realice desde los valores de la
convivencia (tolerancia, respeto) en el ámbito de la familia y desde la escuela
el esfuerzo (afán de superación, adquisición del saber).
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