¿Qué haría usted, un ser de hoy,
viviendo en un mundo de antaño, bien distinto, al que ahora pertenece? ¿Se asustaría? ¿Publicaría la noticia (alarmado) que
los cristianos comienzan sus cruzadas contra los que consideran son infieles?
¿Qué diría viendo arder en piras crematorias a quiénes no comulgan con la
doctrina de la Iglesia de Roma? ¿De los que son pasados a espada, encadenados
para siempre en mazmorras o sentenciados por la Santa Inquisición? ¿Santa?
¿Dónde está la humanidad, la civilización, la libertad, la honradez? ¿Dónde o en
qué lugar se esconde Dios? ¡Qué importa! ¡Todo se hace para llevar a cabo su
obra, la que a algunos les interesa! Lo que realmente no se sabe es con qué
pruebas contundentes cuenta una religión para alentar las matanzas de quienes
no la profesan. O, cuáles son los
beneficios que obtienen instigando al odio entre los diferentes.
La historia de la religión cristiana está llena de robos, crímenes,
venganzas, pecados, odios, cismas y, aun así, se erigen en vencedores del mal cuando
no han sabido hacer otra cosa que el propio mal, salvo honrosas excepciones.
Cambiaron los tiempos, pero aún se dan estragos injustificables. Se adueñan de edificios, catedrales,
conventos que hizo el pueblo llano con sus esfuerzos y limosnas. Y cobran
además por visitarlos, cuya recaudación con otras de oficio y culto, no está sometida al fisco. Las ganancias son para la
Iglesia y para quienes la componen. Aún se practican casamientos a quienes ya se
casaron siempre que paguen suficientemente, excomuniones, exorcismos; se elevan
a los altares a hombres de dudosa reputación, venden reliquias de santos,
bendecidas o sagradas, según convenga al negocio, se habla ex cátedra, abusan de
niños y tienen una escala de cargos como si fuera un ejército o una férrea,
oculta y dictatorial organización en la que no toleran la homosexualidad, ni
los preservativos, reprimen el sexo y
juran votos de castidad. No permiten o abominan leyes civiles, mientras que la
riqueza que poseen podría paliar el hambre de gran parte de la humanidad. Abrazan cualquier régimen político y no
son capaces de unirse a ningún otro credo que no sea el suyo.
La conducta se altera poco a poco. Antes la Iglesia servía de refugio a indigentes,
peregrinos, guerreros y, sobre todo, a
los segundos hijos varones y mujeres de la hidalguía. Acumulaba fuerzas y autoridad aliándose con el poder,
siendo el poder, impartiendo bulas, obteniendo herencias, fundando órdenes
religiosas como los poderosos benedictinos, los astutos franciscanos, los enérgicos
jerónimos, los inteligentes jesuitas o los crueles dominicos. Una amplia red
religiosa para tan mermada población que, como hoy, se expande en el progreso con un papado excelente.
Tal como están concebidas las religiones monoteístas, Dios es utilizado por
ellas para destruir a los no creyentes, a quienes no la practican, a los
contrarios o diferentes, a los apostatas, a los infieles, a… Valga recordar la siniestra
y alargada sombra de la Inquisición, La Yihad Islámica, la Amidah (décimo segunda
bendición judía de súplica por la destrucción de los herejes).O, acaso, ¿no es el mismo Dios? O, ¿no han
sido ya suficientes las matanzas causadas en Su nombre?
¿Para cuando dar al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios?
Se alberga la esperanza que pronto, al menos en España, la Iglesia católica
(y por supuesto todas las demás) se independice y se administre por su cuenta,
sin depender de ningún Estado (creyente, aconfesional o laico) para que cada
cual no se sienta obligado a pagar diezmos al tiempo que repudia sus prácticas.
Creer en Dios, la religión, la política
son cosas dispares.
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