Hoy Grecia, a mi juicio, afronta una situación de vital importancia
para su propia población y desde las diversas tribunas, en los medios de
comunicación españoles se han oído opiniones para todos los gustos. La mayoría
de ellas tendenciosas que, dependiendo del punto de mira, me atrevo a
considerarlas heroicas o traidoras.
Rememoraré la dictadura
franquista sufrida en la que, la mayoría de jóvenes educados en tal régimen, nos
imaginábamos, merced a su democracia orgánica, que los masones, los ateos o los
comunistas eran seres diabólicos y peligrosos a los que combatir. Llegó por
entonces, por vez primera en España, el conjunto de baloncesto, el TSK de
Moscú, al Palacio de Deportes de Madrid a jugar contra el equipo de la capital
y la atracción fue inusitada, no por ver a aquellos seres venidos del Averno jugar al baloncesto, sino
por contemplarles, tocarles a ser posible y, en definitiva, redimirnos. Llegamos a la conclusión que el miedo de
nuestros caletres (los soviéticos carecían de cuernos, de rabos y sólo
tenían carne y hueso) era infundado y embutido por la maquinaria del sistema para
hacernos prisioneros como chorizos de Cantimpalos o carne picada en las tripas de cerdo.
Más recientemente, ya en
democracia, en la Puerta del Sol de la capital del Reino, se montó un
campamento de indignados protestando contra muchas cosas: la forma de hacer
política en favor de una minoría privilegiada, los escándalos de latrocinio,
desigualdades, injusticias y, en esencia, contra la escasa participación de la
gente en la frágil democracia, acaparada por un bipartidismo, cambiando de
caras no de política, cuando en la Transición se pensó en un sistema
proporcional para mayor numero de alternancia en el poder. Aquella acampada originó ilusión y críticas; preocupación e interés;
chanza para algunos y esperanza para otros. Los defensores del sistema, periodistas,
gente reputada (recuérdese) los ofendían al tiempo que les retaban a que tales
protestas las canalizasen a través de un partido político que legalmente
establecieran. Y lo hicieron. Y hoy, por los mismos, son temidos, tildados de
populistas, de soviet y de muchas cosas más como si fueran ilegales.
Al pelo, en vísperas de elecciones generales, nos encontramos con el
caso griego. Un caso que aprovechan unos y otros en su propio beneficio. No
obstante, las situaciones no son iguales por muy similares que parezcan. Las
cosas no son verdad por mucho que se repitan. Ni tiene la razón quien más grita o desde una
tribuna la invoca. Somos víctimas de la información interesada; sin embargo,
sería absurdo no intuir, no recurrir a nuestro sentido común más personal. Aún
resuena en nuestra memoria palabras elocuentes para ir a la guerra y eso no es razonable. Indiquen el lugar que
quieran: Cuba o Marruecos donde fueron a morir españoles que carecían de
pesetas; Irak donde existían las armas de destrucción masiva
inventadas para el beneficio de algunos. Pongan
sus propios ejemplos que no atenten contra la vida, contra la libertad, contra
la democracia que estamos construyendo y hemos de preservar. Y no seamos
cobardes. Qué nadie nos asuste. Que de
los errores, en su caso, se aprende, pero nunca se sale del miedo si se tiene
miedo. Conviene saber que nadie es imprescindible y las cosas se pueden
hacer bien de muchas maneras. Y no lo duden, el pueblo griego saldrá
fortalecido con la decisión que tome su gente; la gente que les metió en este
lío, seguro que ya tiene su dinero a buen recaudo, fuera de Grecia, porque la Patria de estos patriotas es exclusiva
de su poder y sus riquezas, pese a que, como todos nosotros, irán a criar
malvas muy pronto. No demos crédito a quien provoca temor ¡Qué no traten de
hervir el agua para hacer morcillas con nuestro sentido común, porque nuestra
sangre no les pertenece!
Y una observación: que extraño resulta que, después de tantos días,
de tan dura negociación, en el último momento, por un quítame esas pajas, unilateralmente, una parte rompa la baraja. Y dos preguntas: ¿no sería mejor condonar una cantidad (por
ejemplo, doscientos mil millones) a cada uno de los miembros de la U.E. y la
cifra resultante contabilizarla en una cuenta de activo del B.C.E. (por
ejemplo: Solidaridad europea: condonada/amortizable)
en sustitución de la existente? ¿Podría ser el momento de inflexión para no
tolerar más déficit nacional (salvo hecatombes) y reiniciar la unión política
europea? Y una larga reflexión: Grecia
así podría pagar el resto, muchos otros países (Portugal, Finlandia) liberarían
su deuda y unos terceros compensarían vendiendo sus beneficios. Sería no una tristeza para Europa y su
gente, sino, cuanto menos, diecinueve alegrías (de veintiocho posibles). Téngase presente que el acuerdo no es
cuestión de fuerza y con la imposición nada se consigue. En el caso heleno
menos todavía: acreedores y deudores saben que su deuda es impagable. Al
gobierno actual, que no es el culpable, no se le puede castigar por fomentar la
democracia realizando un referéndum y tratar que el pueblo se responsabilice
también de sus decisiones. La gente estará a
muerte, de acuerdo o no, con quien así, por primera vez, lo solicita. Y, por último, una enigmática conclusión: ¿Para
cuándo la poda de palmeras?
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