Se podrá decir lo que se quiera, en voz alta o por escrito, en los medios de difusión o digitales, que a
los afectados les dará lo mismo. Expresarlo con las más abruptas palabras, con
los improperios más indignos que se sepan, en Misa cantada o como se les ocurra,
que la Casta del Poder ni se inmuta. Goza de una impunidad consentida que,
entre ellos, los poderosos, mutuamente se proporcionan, siempre que los actos
ilegales cometidos sean disfrazados, sin poder comprobarse en los tribunales.
Así que, mientras tanto, mienten, roban, saquean y perciben comisiones. Se
hacen con mansiones, consiguen riquezas, nombran jueces, pagan a testaferros y
traidores, a letrados y asesores. Compran voluntades, montan negocios,
sociedades interpuestas, fantasmas o tapaderas, se convierten en insolventes.
Practican delitos, amañan sorteos, oposiciones, apuestas, efectúan presiones, amenazas
y enmarañan cuanto les compromete disfrutando con ello. Y, antes de ser
descubiertos, algunos se suicidan si, con anterioridad, no han conseguido anular, silenciar
o matar a quien se atreva y pueda acusarles por mucho que, a veces, la prensa informe de
pruebas convincentes contra ellos.
En tiempos atrás, las revoluciones
acababan con tales plagas generando, a su vez, nuevos parásitos entre los
dirigentes y principales que las instauraban. Estos se servían de pobres e ignorantes, creyentes de la verdad que les transmitían, a los que mandaban a luchar (triunfar o
morir) por su causa.
Hoy, como entonces, la impunidad
se la aseguran a base de favores y negocios, chantajes y sobornos... La extraña palabra “honradez”,
para ellos, se halla proscrita y la transparencia desaparecida. Siempre existirá
algún fin, algún heredero a quien dejar el botín conseguido. La banda que gobierna,
administra o tutela los patrimonios funciona como una mafia en la
que cada uno de sus miembros no tiene presente la idea de la muerte y el robo
persiste, salvo que las transmisiones hereditarias y las cesiones se anularan
por ley, caducando bienes, títulos y derechos del poseedor que fallece para que
el Estado los revierta a la Sociedad de donde se obtuvieron.
¿Se trata de los genes que portan
o de los “Tiempos Bobos” de los que hablaba Pérez Galdós?
Hoy, renombradas familias
mafiosas (en la mente de todos: Pujol, Ruiz Mateos, Gil y Gil) continúan
haciendo de las suyas y a la orden del día están los citados por tan insigne
escritor: “Los políticos se constituirán en casta, dividiéndose, hipócritas…;
no harán nada fecundo; no crearán una nación; no remediarán la esterilidad…; no
suavizarán el malestar de las clases proletarias. Fomentarán la artillería
antes que las escuelas…; y, por último, verás poner la enseñanza, la riqueza,
el poder civil, y hasta la independencia nacional, en manos de lo que llamáis
vuestra Santa Madre Iglesia… Siga el lenguaje de los bobos llamando paz a lo
que en realidad es consunción y acabamiento…”
De analizar el origen de los
problemas, de consensuar las soluciones a los mismos, casi, con total
seguridad, podremos corregirlos. Y tan grave cuestión planteada, no se
resolverá con simples paños calientes, habrá que dar con el codicioso germen y
exterminarlo.
La vida es lo primero. Nada hay
que pueda reemplazarla. La muerte y los bienes de un muerto, de ninguna manera,
han de imponerse a aquella condicionando la igualdad de oportunidades y la libertad,
ambas imprescindibles para todos. La carencia de estas no modera la riqueza y amplía
las diferencias sociales al no partir de un mismo punto de salida. Por tanto, la
propiedad privada se habrá de regular
cuando la persona física muera o, la jurídica, deje de tener actividad o
presente más de tres ejercicios con pérdidas.
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