España solo es un nombre, una denominación. Mañana podía llamarse de otra manera. Sin la identidad de un territorio, sin su gente, nada sería.
España no significa patriotismo, heroicidad, valentía, coraje
o lo que se quiera; ni denota que por ella se ha de luchar, sacrificarse o sacar
pecho. Todo es de boquilla. ¿Qué importa hacerlo por España? ¿Morir por España?
¿Proclamar viva España? España ni siente ni padece. Mejor hacedlo por la gente
física, de carne y hueso, que sufren y mueren. Por esas personas que no son
trapos de banderas o estandartes, ni símbolos de himnos o epopeyas con las que
alardear o ufanarse.
La historia nos habla que entre españoles hubo una guerra
sangrienta al estar España fragmentada. Pero no había dos Españas por mucho que
lo dijera Machado. Eran españoles divididos. Gente, como ahora, pensando de
distinta manera. Gente que pena y pasa hambre, soportando infortunios y enfermedades,
que tiene sentimientos de los que España, carece. Gente triste y descreída, apenada
y confundida, dirigida y encauzada por intereses partidistas de unos insensatos
que quieren llevar razón e imponer sus propias ideas.
Y todo empezó como pasan estas cosas. Con la lacra de la
corrupción que acaba con todo. Con una clase dirigente, poderosa, incapaz de
ponerse de acuerdo y ceder parte de sus privilegios en pro de la gente que en las urnas los vota. Una casta acomodada que acostumbra a deleitarnos con un espectáculo
esperpéntico, El tú más, en Cortes y
Tribunas, en lugar de crear y fomentar
con su ejemplo el hábito de la honradez y la tolerancia. Ya, antes de esa
guerra salvaje y fratricida, creadora del pensamiento único, un rey, una republica, dejaron
de serlo por la ingobernabilidad de España.
¿A la mierda las ideas y los políticos que nos gobiernan? No.
Pero si evitemos otra dictadura que escudriñe el color de nuestros genes. Ni
todo es blanco o negro. Hay otros
colores que también entonan: casi todo tiene arreglo. Ideas y políticos son
precisos y no se necesita de gente brillante sino voluntariosa, solidaria,
dispuesta a entenderse y lograr acuerdos. Un líder y su equipo, en un gobierno establecido
conforme a las leyes que tenemos, han de ceder y admitir otros pensamientos.
Morir por las ideas o las políticas que nos implantan, es lo peor de lo peor y
no merece la pena. Que sean otros, o ellos, los que mueran por España, que nosotros
no somos borregos para que nos conduzcan
al matadero.
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