domingo, 3 de marzo de 2024

QUERER LO MEJOR ES OBVIO (1)

Querer lo mejor es obvio; sin embargo, todo esta condicionado a su movimiento.

Pensemos en aligerar instituciones y sociedades (Senado, Diputaciones, Asesores, Consejos de administraciones públicas…) y evitar duplicidades y…. ¿por qué no?, repasar la Constitución y enmendarla dando voz a la gente. Debatamos para llegar a acuerdos al margen de partidos extremistas (de izquierdas y  derechas) que tienden a la autarquía y radicalidad. Propongamos  el entendimiento entre empresarios y trabajadores, entre inquilinos y propietarios, entre vendedores y compradores, entre representantes y representados que dependen entre sí y mutuamente se necesitan. Clamemos por potenciar lo público, que es interés de todos, para que pueda competir con lo privado, especialmente sobre materias sensibles para los ciudadanos y su seguridad: salud, educación, vivienda, comida, generosidad y comprensión..., y repartir los desorbitados beneficios de las energéticas, bancos y otras empresas entre sus trabajadores (incrementando sus sueldos, igual que el capital aumenta sus dividendos) y no entregarlos al Estado en forma de impuestos,  a fin de que el capital y trabajo se motiven.

¿Cuántas veces hemos soñado que los impuestos deberían igualarnos a todos? Caminemos en esa dirección  aunque de momento su logro sea una entelequia. La verdad nos señala que los actos complacientes y bondadosos se vuelven egoístas si la gente no cree en ellos. A nadie nos gusta  pagar impuestos; no obstante, hemos de convencernos que sin ellos desaparecerían las ideas solidarias de los derechos humanos y la democracia que deben estar por encima de todo, sin que las diferencias económicas existentes importen y los servicios vitales públicos citados resplandezcan por su efectividad y prestigio. Denunciemos la pobreza, la falta de asistencia médica y de trabajo, la carencia de cobijo y seguridad, la discriminación e injusticia, al margen a la ideología da cada cual.. 

Hay quienes son muy liberales y la palabra libertad no se les cae de la boca. Consideran que el libre mercado de la oferta y la demanda lo regula todo. Aspiran a la abolición de los impuestos y, en lugar de invocar las ayudas del Estado, gritan aquello de “sálvese quien pueda". Son, sin embargo, herméticos con las conductas personales de carácter moral o sexual no consintiendo la libre decisión para divorciarse, abortar, practicar la eutanasia o amarse entre iguales. Niegan las subidas de los salarios y las pensiones, las ayudas estatales a los pobres y más necesitados, "ya que lo son porque se lo merecen y Dios lo quiere". Confían solo en el esfuerzo, la iniciativa o la herencia, aunque sean complacientes con el poder y la riqueza acumulados en exceso. 

A diferencias de estos, hay quienes prefieren lo publico a lo privado y que sea el Estado quien resuelva sus problemas, tratando de vivir de subvenciones y prebendas, invocando lo mejor para ellos por pobres y desfavorecidos cuando no han dado ni un palo al agua. Gritan por sus derechos siendo tan in-solidarios como los como los primeros, trabajando sin estar dados de alta por poco dinero, toda vez que nos les importa quitar un puesto de trabajo a quien si se lo merece, potenciando así la corrupción de quienes los contratan.

En un tercer grupo estamos la mayoría, sabedores que lo más es la vida. Una vida que hay que vivir teniendo salud, comida, vivienda y, en caso de necesidad, poder defenderte. Tener un Estado público en el que confiar, merecedor de los impuestos que recauda, cubriendo las necesidades que puedan faltar, regulando la economía donde se precise, subiendo salarios, controlando la inflación, socorriendo catástrofes, impartiendo orden, justicia y transformando la sociedad con más y mejor libertad e igualdad y, sobre todo, velando porque prevalezcan los derechos humanos y la democracia que son una realidad y, por tanto, mucho más valiosos que todas las promesas, por brillantes que estas sean.

 

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