Harto estoy de oír que todos los políticos son iguales. Iguales son
las pulsaciones vitales de los hombres, desde el nacimiento hasta su muerte, pero
las diferencias consisten en los genes, la alimentación, la salud, la educación,
la cultura recibida. Y no sólo carecemos de la misma domesticación sino que,
constantemente, nos bombardean con manipulaciones de las que somos incapaces de
substraernos. Además, la memoria es
selectiva, caprichosa y olvida lo que interesa recordar o lo evoca a su
manera, haciéndonos personas frágiles y poco objetivas.
Aun siendo iguales los objetivos
finales que deseamos (vivir en paz,
libres, justos, felices…), cambian los caminos (métodos, formulas y planteamientos) que se toman para
conseguirlos. Por simplificar, hay dos maneras de ver las cosas (hablamos
genéricamente de derechas e izquierdas, conservadores
y progresistas, republicanos y demócratas…) y tres propuestas desiguales: las
dos citadas y una tercera receptora de ambas (eligiendo una o diversas
cuestiones de las anteriores, sean radicales, de centro…) que nos llevarán a un
mismo destino aunque, aisladamente, en cada uno de nosotros, existan conceptos
y matices dispares que nos hacen distintos, hasta el extremo de asegurar que nadie es igual a nadie, ni siquiera parecidos
en un mundo de siete mil millones de habitantes, ninguno de los cuales
defendiendo sus ideas, puede sentirse equivocado. A partir, sin embargo, de la Declaración
Universal de los Derechos Humanos, nos hemos dado normas que conviene no
olvidar. Normas, que si bien se pueden modificar, deberíamos tener presente y
respetar a la hora de votar. Normas que los
políticos dicen cumplir y no sus contrincantes. No obstante, hay una no escrita que se ve cuando miras los
ojos de un niño, cuando sabes que alguien pasa hambre, cuando de pena llora un
ser humano. Entonces me veo reflejado como si fuera mi figura, como si me
sirviera de espejo. Y no me gusto y paso página y me digo que lo que veo está
muy lejos. Y no es cierto: nadie queremos
vernos desamparados y todos somos miembros de la familia humana.
Por eso, votaré al grupo político que piense sin complejos que todos
somos iguales. Que abomine y luche contra la injusticia, la impunidad, los
privilegios... Que considere a los seres
vivos y, especialmente, a los humanos por encima de todas las cosas. Que ayude
a la gente y actúe contra el paro y la pobreza como si de un desastre natural
se tratara, dando ocupación a quienes necesitan ganar algo para vivir
honradamente, proporcionando cobijo a los desahuciados, combatiendo las lacras
sociales, siendo solidarios con las desgracias y facilitando un mejor reparto
de la riqueza. Y, por el contrario, no
votaré a los grupos que sacrificaron a la gente en favor de los mercaderes
(oportunistas y especuladores) sabiendo que la economía se puede hacer de otra
manera. No votaré a los que permiten que
nuestros hijos obligadamente tengan que irse de España como sucedió en la
dictadura y que, como entonces aquélla, evidencia una absoluta falta de
solidaridad y la vergüenza de quien nos gobierna. ¿Por qué no responder como lo
haría una familia defendiendo a sus miembros débiles de sus estafadores? Decididamente falta coraje y no votaré a
quien no ataja tales repulsas. Que ahora no nos hablen de crecimiento, de
bajada de tipos de interés o del petróleo o que el euro se devalúa ¡Ya son muchos los muertos! Ya sabemos
que ello origina, y bienvenido sea, aumentar las exportaciones y las rentas de
los ricos, pero se olvidan apuntar que las distancias sociales también aumentaron al igual que la pobreza y la
incultura. ¿Nos quieren tomar el pelo o
es que nos consideran idiotas? Y un ejemplo para terminar. La renta de cada
español se acerca a los 30.000 Euros anuales; ¿cuántas son las familias que,
cada uno de sus miembros, ganan tal cantidad? Como si fuéramos economía así nos
manejan: facilitando dulzor a los oídos cuando las tripas silban con su aire. Harto estoy de oír que todos los políticos
son iguales.
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