Cuando los bancos en España
cerraron el grifo a la opacidad, 300 millones de pesetas cruzaban la frontera
de Caya para ocultarse en Portugal, concretamente en una isla de Madeira, en la
ciudad de Funchal. Pasaron en rama hasta Elvas de la forma más natural.
¿No fueron, por cierto, 300 los
millones que el Rey Juan Carlos retiró de un banco suizo y que su padre los dejó como herencia, aunque
tan sólo le sirvieran para tapar unas trampitas? La verdad es que no estoy seguro, porque no
seguí la noticia publicada por la prensa, y quedé desinformado de cómo llegaron
hasta el país helvético y demás detalles; si bien, la segunda parte de la misma
no es extraña, porque cobrar una factura al entonces príncipe, resultaba una
tarea bastante difícil, dado que, según las malas lenguas, llegó con lo puesto
desde Lisboa. Pero, ¿hay que dar crédito
a todo lo que se dice? No lo sé. El “honorable” Pujol nos habló de algo similar respecto a una herencia de su papá ¿y qué?
¿Acaso no es verdad? En sus novelas Pérez Galdós nos ilustró con la herencia
millonaria que dejó el Rey Fernando VII (el deseado al nacer y el odiado al
morir): 25 millones de duros a su mujer
y lo mismo a cada una de sus hijas, así como 20.000 misas pagadas a la Iglesia para
que lo sacaran del infierno al que iba de cabeza. ¡Permitid a los
escritores regocijarnos como guarros en el barro cuestionando el trasiego de
dineros sin importancia!
Por eso, parte de aquel dinero de
Funchal volvió a España refugiándose en letras del tesoro a un bajo
interés durante unos años; un
instrumento que empleó el Gobierno de turno para rescatar capitales que huyeron
al no pagar impuestos o ser obtenidos con malas artes. Otra parte corrió, a favor de su heredera mediante
transferencia hasta Suiza; un lugar que encanta a políticos y a otros que
dignifican a los ladrones porque se hacen buenas piernas escalando sus
montañas. Y las amnistías fiscales siguen produciéndose como los anuncios
de cuentas offshore o prostitución. Añoro el ingenio de antaño ocultando el
dinero en cuentas bancarias a nombre de criadas, primas únicas, sociedades,
nombres comerciales o en el calcetín, pero ¿por
qué no se suprime el dinero en efectivo? ¿Por qué ningún partido lo lleva en su
programa? Puede que sea porque alguno
de los mandamases, antes de morir, deje la herencia en Suiza para que sus hijos
hagan piernas de paso que van a buscarla.
Estudiemos el asunto: Regúlese las herencias y los tributos. Se
pueden anular en determinadas condiciones, sin necesidad de estimular la
codicia individual que reina en el estado actual de la economía de mercado que
gozamos y sufrimos. Ganaríamos todos.
Los pobres tendrían un salario digno con que vivir y los ricos harían lo que
realmente quieren hacer: vivir estupendamente. Éstos permitirían que su ambición
no fuera personal sino empresarial, para que el acicate e incentivos por el vil
metal no fuera su mortaja. Desarrollarían de modo natural el sueño de sus vidas,
dedicándose en cuerpo y alma, sin problemas ni temor, a lo que les apetezca.
A nadie le agradará morir
con muchos años si tiene que vivir de mala manera; es preferible vivir menos e
irse sin enterarse, muriendo como los dioses. ¿Por qué, entonces, almacenar bienes viviendo esclavo de obligaciones, sin
disfrutar lo que deseas? Para cuando uno quiera darse cuenta, ni oye,
apenas si ve, los sabores ni los distingue y la impotencia es un hecho. ¿Qué hay
que dejar para irse satisfecho? ¿Salud y
saber o poder y riqueza? ¿Se actuaría igual sabiendo que los hijos carecerán
de dificultades para ganarse la vida? Nuestra alma se iría tranquila. Mientras
tanto, ¡qué tristeza no saber qué hacer
con lo que otros tanto necesitan!
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