Leo con interés las misivas que
los políticos nos mandan por escrito a nuestras casas y en todas, sin excepción,
hablan de un futuro mejor si les votamos, adivinando lo que nos aguarda como si
fueran pitonisas. Hablan de lo que harán y del compromiso que adquieren al ser
elegidos. Pero cuando ocupan su cargo ¿dónde inscriben sus premoniciones, responsabilidades
o, en su defecto, sus garantías? ¿Dónde registran sus promesas o los castigos
que asumirán por conculcar lo prometido?
Nos hablan de ilusión, de cambio,
de empleo y de soluciones. Palabras vanas que a nada conducen tratando de
mantener vivas las esperanzas de sus seguidores, ya que entre los que no somos
ni siquiera simpatizantes (seamos ácratas, indiferentes o indisciplinados) no
calan ni consiguen engañarnos. En sus mensajes la mayoría de ellos mienten
descaradamente. Nos hacen proposiciones sabiendo que son falacias sin asumir
obligación alguna. ¿Para cuándo acometer
un reparto mejor de la riqueza? ¿Para cuándo dar trabajo a la gente? ¿Para
cuándo limitar sus cargos políticos y
sus privilegios? ¿Para cuándo tantas y tantas cosas que, no por evitar
relacionarlas, son innumerables?
En estos momentos de elecciones vemos,
con mayor claridad, la miseria de aquellos que quieren gobernarnos. “El corazón
del hombre. Las amistades peligrosas. La miseria del historicismo. El pueblo
elegido. Los fundamentos de la libertad. La verdad en las ciencias morales y
políticas. El nacimiento de la tragedia” ¡Cuánta
filosofía se aprende leyendo el título de los libros! ¡Analizando su contenido!
¡Hablando con la gente! ¡Examinando programas!
No me iré por caminos apolíneos o
dionisiacos, por acciones reaccionarias, racionales o críticas, sino que me
instauraré en la prevención de no olvidar que la forma de
hacer política a todos nos concierne y hoy, más que nunca, antes que a un cojo se coge a un mentiroso.
Mañana se celebrarán elecciones y
los que quieren mandar en España, a mi juicio, imprescindiblemente, deberían haber utilizando honorabilidad, transparencia, rentabilidad,
con información veraz, en lugar de lanzar el anzuelo para pescar. Nunca viene mal
tirar del hilo para orientarse, pero
luego no lo hacen ya que, por lo general, si gobiernan ni les interesa, sus
fines son diferentes, culpan a otros de sus errores o los achacan a corrientes
tormentosas.
En lugar de un día de reflexión, antes de emitir el voto, instauraría una
semana de concreción. De entre todas las propuestas difundidas por partidos
y candidatos para mejorar, en este caso, pueblos y comunidades, se elegirían (por
personas voluntarias, designadas al azar, no adscritas a ningún grupo o entre
ellos mismos) las más interesantes y convenientes, las posibles e inmediatas
para llevarlas a efecto. Podrían entresacarse, incluso, proyectos de gran contenido, sin desechar ideas, y con un amplio estudio y consenso realizarlas. Un día de
reflexión sin más, sería suficiente para que las formaciones que compitan en
las urnas por gobernar, decidieran asumir como suyas las propuestas preferidas
y, una vez elegidos, hacerlas funcionar.
Fijemos los medios imprescindibles y cambiemos de verdad ideas y no nombres.
Evitemos la corrupción, el paro y otros males que nos afectan, no con medidas
coercitivas que sólo son efectivas a corto plazo o propias de una legislación
que se limita a impedir el desarrollo de la libertad y sí, convencidos, realmente,
que son perjudiciales para uno mismo, para los suyos y para la propia
comunidad. Un aprendizaje al que se
llegará innovando el sistema social, político y económico con fórmulas que
aboguen por la igualdad de oportunidades, la máxima armonía con la Naturaleza,
el bienestar y la felicidad del
individuo; al margen de los entes jurídicos que representan la riqueza o el
poder, convertidos en cromos con que jugar los niños.
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