sábado, 21 de marzo de 2020

UNA APLICACIÓN MÁS


La reclusión, el no poder salir de casa, pueden dar lugar a pensar más y darle vueltas al coco con el que aumentar el temor o la añoranza.

La incertidumbre, la ansiedad y el estrés son capaces de derivarse hacía el pánico, la confusión o a estar perdidos y, como efecto rebote, ensanchar los sentimientos de agobio, impotencia y los citados.

Por eso, en el aislamiento, hay que hacer cosas que te hagan sentir mejor.

Comunicarse con los demás, estar en contacto con amigos, familiares y las personas que te rodean y más queridas, aunque sea por vía telefónica.

Y si eres incapaz de retener lo que estás leyendo por falta de concentración o ver la televisión no te emociona, escribe todos los días. Expresa lo que haces, lo que sientes, lo que dice la gente, lo que se te ocurra. Haz el diario del coronavirus para la historia, para los tuyos.

Piensa que la paranoia es peor que la infección. Y, además, tú, ni la locura, pueden evitarlo.

Cada cual somos distintos y nadie sabe lo que va a pasar. Tú tampoco. Así que cumplamos las recomendaciones que al efecto las autoridades han ordenando por nuestro bien y dejemos de especular con las sensaciones que notamos pensando en un coronavirus del que nada o poco sabemos con seguridad.

Lo que tenga que pasar pasará. ¿Por qué padecer de antemano?

Somos minoría los que pensamos que de esta pandemia saldremos reforzados.

Nuestra economía, que caerá, la recuperaremos. Y,  lo más importante, la salud emergerá robustecida. Una salud olvidada, cuando nada se padece, protagonista principal de la pandemia, nos concienciará para volver a valorarla. Y ya, sin inquietudes ni desvelos nos interesaremos por ella, cuidaremos el medio ambiente, los ríos, los bosques, el aire que respiramos y nos preocuparemos de la contaminación y de todo cuanto nos perjudica, por muy rentable que sea.

Me consta que es más fácil decir estas cosas teorizantes y que la realidad confusa nos asusta. Ahora bien, ¿podemos hacer otra cosa?

Si se nos ocurre, si sabemos de algo seguro, sin aditivos ni medicamentos que nos conforme, basta con decirlo. Seré el primero en llevarlo a cabo. Pero no. Solo nos queda la aceptación por norma y, después en este caso, ni siquiera revelarnos podemos, dado que, en el fondo, no cabe otra: hay que aceptarlo.

La decisión ha sido tomada. Y siempre la decisión, por errónea que sea, será mejor que no hacer nada, ya que, entre otras consideraciones, con la pasividad nunca se sabe lo que podría haber ocurrido.

Nos concienciaremos, cuanto esto pase, que lo importante es nuestra vida, la vida del ser humano y,  por tanto, la ideología, la identidad, la religión, el dinero, la riqueza y todo lo demás, es secundario.

Aprendamos de la sensibilidad que el coronavirus nos descubre y muestra, comenzando a vacunarnos ya con tal enseñanza.