Tiempos convulsos son los
que estamos atravesando.
Muchos son los factores para
que esto sea así. El Covid 19, la Dana, la Filomena, el Mercado de las
energías, la Guerra de Ucrania, la Inflación, las políticas, la sociedad… y, especialmente en España, la agravante tendencia
a derribar a un Gobierno legalmente establecido.
Los tiempos son los que son
y nadie puede cambiarlos salvo las sinergias reivindicativas bien dirigidas a
desestabilizar a la sociedad de por sí perturbada por los elementos antes citados
y los populismos. Así el transporte, el campo, la pesca… basándose en un
encarecimiento de precios de los carburantes, no dispuestos a trabajar con pérdidas,
como debe ser. Antes, cerrados por la pandemia, restaurantes, turismo,
espectáculos… se quejaron de igual forma, alentados por proclamas, cacerolas y
banderas. Todos recurren al papá Estado, algo razonable, muchos aprovechando la
coyuntura propicia para hacer caer al Ejecutivo, sin que otros lo sepan. Por
tanto, cuestiono las causas que lo justifican cuando están sometidas por
partidos, entes, agrupaciones, sociedades… con intereses particulares o para
auparse al poder y beneficiarse.
Presiento que no es difícil
saber quiénes disfrutan con la situación a sabiendas de “que a río revuelto
ganancia de pescadores”. Obsérvese, que sin aportar soluciones vaticinan
desastres presuntamente deseados y
contribuyen olvidando las circunstancias adversas por las que atravesamos.
Son muchos los sectores que
en otros tiempos nadaron en la abundancia con beneficios y, por supuesto, con nadie los repartieron.
Elogiaban los mercados aduciendo que eran el motor que todo regula y,
únicamente, se quejaban cuando sus costos se encarecieran, pero, sin embargo,
callaban porque los repercutían en sus ventas o servicios, como ahora podrían
haber hecho. Pero no…
¿Ahora, cuando llegan las
vacas flacas, por qué no lo hacen de la misma manera y cada cual aguantan su
vela? Lo que no se puede hacer “es estar
en misa y repicando”. La fórmula no consiste en que todos asumamos las
pérdidas de los negocios y en épocas boyantes apenas si contribuyen con los
impuestos, ya que son enemigos acérrimos de ellos.
El Mercado, la Competencia,
la Oferta y la Demanda son libres, sin duda, pero el Estado, que somos todos y no
puede ser nada de eso, debería de renunciar a ser regulador como hasta ahora (nacionalizando
pérdidas y privatizando beneficios), y sí, al contrario, operando igual que los
intereses privados actúan: convirtiéndose
en competencia y permitiendo el caos que provocan para, en su caso, hacerse
cargo de ellos por inanición o absorción. “Otro
gallo nos cantaría”. Eso sí. Ojito con los reguladores que surjan o se
ofrezcan. Sean externos, de otros lares o potenciales, deberán ser
estrechamente controlados.