jueves, 26 de julio de 2018

FRANCO Y PUIGDEMONT


Francisco Franco juró su cargo para servir a la II República, pero una vez fue postergado por ésta a tierras africanas, se decidió secundar un Golpe de Estado del que llegó, por aclamación, a ser su más alto representante, simbolizando en su persona la victoria que consiguió el bando “nacional”. Tal vez, a su juicio y el de sus seguidores, lo iniciaran justificándolo por restituir derechos que los ciudadanos de entonces tenían perdidos, pero no lo hizo y tiempo hubo para ello, sino que continuó “a su manera”, expoliando, matando y privando de libertad al pueblo de España, erigiéndose en el más déspota de los tiranos, hasta morir, cuarenta años después en su cama, pese al terror que sembró para suerte de algunos.

Puigdemont , llegó a ser el Presidente de Cataluña por votación in extremis, obligado a dimitir Mas, y como Franco, “a su manera”, hizo lo mismo en aquella parte de España, pero con una diferencia abismal: no tenía armas con las que poder aterrar al pueblo. Los ciudadanos catalanes, que no comulgan con sus ideas (algo más del cincuenta por ciento de ellos) están limitados en su libertad; atenazados con las políticas discriminatorias que allá se emplean a partir de que se saltara las leyes. Él, acorralado en el extranjero como un perro rabioso, se considera el caudillo y la víctima de la desgracia y del odio del Gobierno legalmente establecido en España. Pero si el ejército o parte de él, depositante de las armas, hubiera estado de su parte, no se consideraría vetado y, posiblemente, con la fuerza y la justificación banal de un pueblo sometido, reclamando su autodeterminación, se enfrentaría a otra fuerza sangrienta sin importarle, como a Franco, la suerte que corriera la gente o la política como la forma de dirimir los conflictos. ¿Qué hubiera hecho de haber ganado? ¿Se perpetuaría en el poder, como intenta hacer ahora en el extranjero, interesado en agarrarse al mando como un clavo ardiendo y continuar sacando leche de una alcuza?

Ha perdido señor Puigdemont, retírese. Y si tiene dignidad entréguese a la justicia. No ensucie ni despotrique contra un Gobierno que, aunque a muchos nos pesen sus formas e ideas, representa la libertad para que usted fuera Presidente y yo exprese lo que pienso. Salvando las distancias en algo estaremos de acuerdo: en que saltarse la ley establecida supone un riesgo. No espere, por mucho que lo intente, que las grandes naciones lo crean, sólo es un títere que sirve de comparsa para muchas de ellas, algo romántico del siglo XIX, y piense que estamos en los albores de una globalización en la que los pueblos deberán ser uno, con la misma sangre, con similares genes, con las mismas ansias de paz y bienestar por las que deberemos luchar unidos y no rezando como anacoretas, aislados en una cueva.

Franco debió de retirarse a sus cuarteles y no crear el estigma con que fuimos domesticados en su régimen tirano. Los hombres somos producto de lo que comemos, de lo que aprendimos en nuestra infancia, de las costumbres de nuestros padres y de los mayores, de las vivencias adquiridas. Y desde lejos de Cataluña, a la que quiero y siento mía, observó a su gente encerrada en ideas pueblerinas que nada quieren saber de lo que les ocurre a los demás. ¿Por qué se sentirán repudiados por otros ciudadanos españoles? Fuera de su tierra los he visto mentir, sin manifestar que son catalanes, temerosos de ser rechazados o no atendidos, imaginándose víctimas de desagravios donde no los hay. Reflexionando sobre tal motivo, he llegado a la conclusión que el estigma catalanista, de país nacional y excluyente, es aprendido como se aprende el sentimiento o se inculcan las ideas. Una identidad apartada de las capacidades para unirnos que nos exigen los tiempos. Todos juntos llegaremos más lejos. Mientras, dejemos que Puigdemont clame en el desierto tratando de tapar las  tropelías de su partido.