sábado, 22 de abril de 2023

FELICIDAD

Hay quien dice que la felicidad es un camino. El inicio de una aventura, de un proyecto, de una nueva actividad que satisface. La obtención de tales cosas (no siempre) se convierte en rutina, aunque generalmente se concrete en una manera de vivir. No cabe duda, sin embargo, que “la procreación de ideas (esa senda que se prepara y comienza) es más bella que la realización de la misma”. Entremedias, las circunstancias, avatares y demás cuestiones, cambian y condicionan comportamientos y conductas a las que nos enfrentaremos con nuestros recursos, posibilidades y conocimientos. Una y principal experiencia (invisible como un instinto) se impregna en nuestra infancia y será la que siempre emplearemos para actuar (protegernos o pelear) aún sin proponérnoslo. No obstante, sentirse útil,  emprender una ocupación,  cavilar consciente de que todavía eres necesario para ti y los demás, independiente a la edad que tengas, es sentirse feliz, es la verdadera felicidad. El amor a los demás, la generosidad, colaborar y ayudar a cualquiera, es sumamente beneficioso para uno mismo. De no profesar tales sentimientos en tu interior, es vivir sin vida placentera; sinónimo de retroceso, inseguridad y desasosiego, que nadie quiere. Si a ello añades la longevidad y te consideras mayor, precisas de aparatos para el funcionamiento de tus sentidos y el germen es inocuo desapareciendo tu sensualidad, además de estar muriéndote (como todos) no serás feliz.

Ya, desde que nacemos, necesitamos de los demás, de una alimentación que nos nutra, de un oxígeno con el que respirar, de un organismo que nos proteja. Mientras, los espejos de la conciencia en formación se inundan de memoria y emotividad para comenzar a ser auténticos seres humanos, capaces de liberarnos de la herencia animal recibida, domeñando los instintos, especialmente el sexual reproductor que nos multiplica. Sin embargo, el movimiento, la ocupación, las relaciones,… son imprescindibles y saludables para ser felices. Pero no basta con elegir solo el camino  o la dirección (que casi nunca se sabe cuál tomar), sino también habrá de hallar su sentido. Un plan u objetivo por el que luchar y vivir, acometerlo con alegría, soportando sacrificios y malestares para de verdad ser feliz. Uno, entonces, se sentirá elevado, transportado en sueños placenteros disfrutando de la felicidad que cada uno de nosotros buscamos.

Darse a los demás hará desaparecer las penas. El optimismo se mostrará inundando el cuerpo y alma que nos sustenta. El tiempo nos permitirá descubrir penurias que, de una u otra forma, a todos nos pertenecen, aunque de ello se diga que “mal de muchos consuelo de tontos”. 

Un corazón lleno de miedo está vacío de esperanzas. Todo se limita a un simple estado de ánimo que, segundo a segundo, nos condiciona como si fuera para una eternidad o un destino. Por eso, las presentes líneas, redactadas sencilla y llanamente por el placer de hacerlo, las continuaré escribiendo aunque nadie las lea.