jueves, 23 de mayo de 2019

ALGO RARO QUIERE DECIR DETÉNGASE, PELIGRO


Acaeció en un viaje organizado que realizamos a Egipto. En una de esas excursiones y visitas dirigidas, a las que íbamos todos en tropel, en una ciudad cuyo nombre no recordamos, pretendiendo experimentar cierta sensación de libertad, nos escaqueamos del grupo y tomamos otro camino. A medida que avanzábamos por aquellas calles angostas y sin pavimentar, un cierto tufillo de riesgo nos alertó que algo raro  sucedía. La gente nos miraba y parecían no dar crédito a lo que veían: “una pareja de guiris atrevidos, imprudentes…”, posiblemente sería lo que dirían. Decidimos preguntar e informarnos y, unos jóvenes bien vestidos, nos contestaron en perfecto inglés: “No sigan. Se están metiendo en una zona muy peligrosa”. Hicimos caso e, inmediatamente, nos dimos la vuelta a encontrarnos con el grupo.

Semejante hecho nos ocurrió en Barcelona. La fecha la tengo olvidada, si bien, hacía tiempo que la dictadura ya no existía. Con anterioridad la conocimos de pasada y la idea que teníamos de la misma era vaga y no significativa. Así que, deseando conocerla mejor, decidimos volver e ir solos para perdernos por las  calles del casco viejo, visitar sus principales edificios, museos y obras de arte, disfrutar de la animación de sus gentes, del continuo bullicio de sus ramblas y  gozar, en definitiva, con el placer de sentirnos en una España, ya no sólo con un acento distinto (que en cada rincón de la península se distingue) sino con un idioma diferente. Y a fe que lo pasamos de maravilla y siempre, en nuestra mente, está el repetir la misma experiencia. Pero allí, en Barcelona, igual que en una ciudad de Egipto, nos paso algo raro y parecido.
    
    -  Vamos bien, señor agente, por esta calle, en la dirección correcta para llegar al Museo Picasso. –Preguntamos a un policía de entonces.

     -  Si, si. Van ustedes bien. Pero háganme caso. Den la vuelta, y aunque sea algo más el recorrido, tomen aquella otra y llegarán igualmente. –Nos contestó el guardia.

No quisimos ni necesitamos preguntar el porqué. Ese algo raro ya nos lo sabíamos. Su traducción correcta siempre responde a lo mismo: deténgase, peligro.

Las causas, los motivos, las circunstancias, en cualquier caso, no importan: deténgase, peligro. La obligación de una persona sensata es retroceder, no dar un paso más, no pasar por esa calle, salvo que te guste la aventura, el peligro o ser un héroe o, puede, que la noticia de haber sufrido un ataque violento interese que salga en las noticias. Es, pues, la prudencia la que aconseja actuar así. Luego se puede analizar por qué sucede, cuál es la razón, la conveniencia de actuar, de acabar con tal o cual situación. 

Nadie ignora el hambre que hay en el mundo. Los principales problemas que nos afectan, sin embargo, no todos estamos interesados en padecerlos. Entre otras cosas porque ni Jesús, que murió en la cruz, nos convirtió a todos en sus seguidores, al contrario, son muchos los que le repudian o de Él  se aprovechan. Todo ello podemos investigarlo, discutirlo. Pero naturalmente, existe una excepción ¡cómo no! la de Albert Rivera, un catalán de pro, y sus seguidores.

¿Y por qué, llevando calzado a estrenarse, se meten en los charcos? ¿Y por qué, si se predecía tormenta y cuando salieron ya llovía, se dejaron los paraguas en casa? Algo raro, ¿no?

Hoy nos duele no ir a Cataluña igual que dejamos de ir a Euskadi, tierras maravillosas ambas, donde siempre fuimos acogidos generosamente. Nos entristece, nos da miedo, enfrentarnos a situaciones desagradables por unos fanáticos nacionalistas que no lo serían si fueran humildes o pobres.  

lunes, 13 de mayo de 2019

¡HOSTIAS!


Cada vez más, la Asociación de Abogados Cristianos acerca mi memoria a lo peor del cristianismo. Y es que, cuando eso ocurre, nada tiene que ver con seguir a Cristo y, menos aún, si se trata de poner la otra mejilla.

Aducir a un sentimiento religioso para defenderse de un malvado, porque así lo consideren, es refinar el ataque, la amenaza, el insulto del que se quejan y responder con la misma violencia.

Seguir a Cristo no es eso.

Ya sé que solo hombres íntegros pueden imitar parte de lo que hemos leído en los evangelios. Sin embargo, los miembros de la citada asociación, que se llaman cristianos, deberían ser más respetuosos con lo que de verdad Cristo representa. Ser cristiano es mucho más. Y ni siquiera las mismas Iglesias siguen su ejemplo.

¿Se puede denunciar a quien con hostias extendidas en el suelo grafía la palabra PEDERASTIA?

Nada contra:

-          Los pedófilos que abundan en las iglesias.
-          Los violadores de personas físicamente débiles como ancianos y mujeres.
-          Los maltratadores de animales indefensos.
-          Los que se aprovechan de la buena fe de la gente, con la que se enriquecen.
-          Los mercaderes del templo, “millonarios de Cristo”, al que venden en almoneda.
-          Los que adoctrinan, enriquecen, desprecian en pro de su idea.
-          Los que se arrogan algo que no les pertenece. Ricos y poderosos.

Y sí, en contra de:

-          Los que comulgan con otras ideas religiosas, agnósticos o ateos.
-          La libertad de los demás, especialmente pobres, que no tienen con qué defenderse.
-          Los que sacan imágenes a la calle replicando o refutando a las cristianas.
-          Los torpes que emplean el mal gusto para ser protagonistas.
-          Los que anteponen la ciencia y la razón, ante la fe y los demonios.
-          Los que denuncian, sin palios ni ritos, injusticias y despropósitos.

Y más grave todavía: que nuestras leyes admitan a trámite y provean de castigos a semejantes afrentas. ¿Cuál será el derecho sagrado o fundamental al que atenta? ¡Cuántas hostias no nos habremos comido de pequeños! Privar de libertad, coartar ideas, maniatar la voz pública, nada supone para quien no lo sufre, considerando más importante el pan ácimo sin consagrar, que las luces que brillan sin ocultarse.

Por otra parte, el odio no puede ejercerse contra nadie a quien no se conoce. Ni contra un sentimiento que no se ejerce.  Para odiar tiene que existir alguien o algo concreto al que odiar. Es más, quien odia es quien sufre y no al contrario. Una manifestación pública por mucho que ironice, sugestione o provoque, nunca puede significar odio y si, tal vez, desafecto que, en ambos casos, la indiferencia calma. Un símbolo, una voz, pueden ser odiosas o repelentes, pero nunca actos que matan o invocan a ello. 

¿Qué ánimo de lucro, interés, motivación hay en quien todo esto provoca? Me da el tufo, que las cucarachas andan por medio, en ello metidas.