Los hombres no hemos
perdido todavía los impulsos ancestrales del animal que fuimos. Los machos
buscando hímenes en los que introducir el sexo por el placer genético y
primigenio de la reproducción. Ellas, si son fértiles, aspirando a complacerles
sin resistirse para su propio goce, incrementar el deseo de ellos y tener
descendencia. Ahora, a veces, ambos se desinhiben y controlan la procreación
por razones sociales, que hace miles de años no existían, sin haber
desaparecido la fuerza de los machos.
Después de muchos
siglos, una vez los primates se fueron adaptando a las fórmulas antinaturales
en el uso de ritos, hábitos y costumbres, amén de las normas educativas
impuestas por los gurús y los reyes, avanzaron desprendiéndose, poco a poco,
de su irracionalidad para convertirse en otra especie: la humana. Ya, para
entonces, resultaba peligroso alojar o reprimir emociones impresionantes,
capaces de producir enfermedades físicas o mentales, dado su origen psicológico.
Pero pasará mucho tiempo para erradicar la figura del macho dominante que nos
parece muy lejana, pero no lo es tanto, recurriendo a coacciones
dolorosas mediante cismas, prohibiciones, leyes radicales… para que eso suceda.
No fue fácil dejar atrás a los ángeles, a los dioses, a los diablos y demás
símbolos, solo masculinos, para que las
diferencias atávicas, entre los sexos, se fueran limando hasta olvidar el
origen del homo sapiens. Ellos, nunca renunciarían a su fuerza. Ellas harán lo
propio con su intuición o sexto sentido. Lo cual vendrá a significar que el
techo o límite de la evolución humana se alcanzará quedando estancando en un
destino inevitable. Será otra nueva y genuina especie la que, cohabitando con los
humanos, sin doblegarnos, pasaran a ser los más altos en la cadena trófica, los
que nos sustituyan: ¿Avatares? ¿Figurines? ¿Imágenes inimaginables? ¿A través
de meta-versos? ¿En la invisibilidad de la luz o formando parte de ella?
¿Metafísicos?...
Hoy son pocos los
que creen y confían en la política y en la religión. En España están
desacreditadas. Ambas imponen leyes y costumbres a su conveniencia. Y como “solo
los idiotas no tienen miedo”, a él acuden en su propio provecho. A corto o a
largo plazo, según les convenga. Con promesas de beneficios inmediatos o en la
vida eterna. Con vaticinios a medida, indicando una cosa y la contraria. Y para
colmo, imponiendo, a través de sus leyes una igualdad entre hombres y mujeres opuesta
a su naturaleza humana, simplemente, por coincidencias aleatorias. Convendría
que se ocuparan de no meter miedo y acabáramos con las inmoralidades que vemos
cada día (reducidas al ejemplo que nos dan, a la seguridad que nos ofrecen, al
respeto que nos merecen, a la creencia
que nos brindan, a las mentiras que nos inquietan, comenzando desde lo más
alto: rey y gobernantes, magistrados y altos cargos, representantes sindicales,
económicos y religiosos), a fin de que el pueblo llano les imite, aprenda a ser
honrado y bondadoso y no al contrario como con su ejemplo nos inducen.
Seguramente, aún,
queden muchísimos lustros para la desaparición absoluta de los humanos como
especie preponderante. Será menester recapacitar si queremos vivir en un mundo
donde podamos entendernos en paz, acortando diferencias sociales y económicas
entre las rentas altas y bajas, entre los distintos conocimientos y saberes, en
la concordia y la armonía, rompiendo las falsas esperanzas que las religiones y
nuestros representantes políticos nos brindan y, sobre todo, anulando la falacia
más creíble manteniendo que el destino lo tenemos escrito y, hagamos lo que
hagamos, es inevitable.