domingo, 21 de septiembre de 2014

LA ENCÍCLICA Y EL NIÑO



“La mayoría de los trabajadores,  los hombres de la ínfima clase social, se revuelcan indignamente en una miserable y calamitosa situación; pues perdidos en el pasado siglo de los antiguos gremios de obreros sin ser sustituidos por nada, y al haberse apartado las naciones y las leyes civiles de la religión de nuestros padres, poco a poco ha sucedido que los obreros se han encontrado entregados, solos e indefensos, a la inhumanidad de sus patronos y a la desesperada codicia de los competidores. A aumentar el mal vino voraz la usura, la cual, más de una vez condenada por sentencia de la Iglesia, sigue siendo, bajo diversas formas, la miseria… ejercida por hombres avaros y codiciosos. Júntese a esto, que los contratos de las obras y el comercio de todas las cosas está casi todo en manos de unos pocos, de tal suerte que unos cuantos… opulentos y riquísimos están sobre los hombros de la inmemorable multitud de proletarios… casi esclavos”. (15/05/1981 León XIII: Encíclica Rerun Novarum).
Los patronos eran libres para fijar las condiciones, pero el obrero no lo era para aceptarlas, porque si él no aceptaba, otro vendría que lo hiciera y, por tanto, no tenía más remedio que ceder y tomar el trabajo en las condiciones que se le ofrecían o morir de hambre. Así surgió la tesis marxista, sosteniendo dos teorías muy asequibles para el obrero en la situación de miseria moral y económica en la que se encontraba. Por una parte, decía: “los hombres sólo se mueven por fines económicos, por razones económicas; es la riqueza o la pobreza lo que cuenta”. De otra parte: “vuestra debilidad obreros nace de vuestra desunión, de vuestro abandono e indefensión; si os unís, si formáis un solo bloque, seréis fuertes y poderosos y podréis imponer a la clase explotadora, a la clase burguesa, vuestras condiciones”. La doctrina capitalista se imponía y era todo lo contrario a la marxista, a la que con sus famosa frase “Proletarios de todos los países uníos”, dicha por Carlos Marx, produjo el movimiento revolucionario cuya manifestación histórica más expresiva fue el Manifiesto Comunista de 1848.
Cien años después nacería quien les habla, domesticado en la fe católica, apostólica y romana y en el espíritu nacional del régimen de Franco. De joven, en 1963, escribía: “El capitalismo era quien recibía los beneficios. Era, ¿pero, sigue siendo? Concebida la idea para montar una fábrica, un negocio y continuarlo, hay que contar con un capital, unos técnicos que lo dirijan y unos obreros que lo ejecuten. De ninguno se puede prescindir y, consecuentemente, las doctrinas marxista y  capitalista son irrefutables, no las hemos de admitir e, incluso, no sería descabellado considerarlas ilegales. Los intereses y los beneficios de las empresas han de ser comunes a todos y distribuidos entre ellos”.  En su redacción argumentaba como conclusión: “En realidad, esto no ha de preocuparnos demasiado. Veréis: He oído  comentar, a modo de crítica, la frasecita de: “Fíjate aquel tan vago y tan golfo y que vida se pega. Yo, sin embargo, matándome a trabajar, estoy en la miseria. A eso no hay derecho. Aquí no hay justicia”. Para mis adentros, le ha dado la razón e, incluso, puede, que se lo haya ratificado manifestándole: “Estás en lo cierto o tienes razón. Muchísima razón”. Pero, pensando después, caí en la cuenta, que es verdad, que aquí no hay justicia; que Dios no sería justo si no hubiese hecho nada más que esta vida. Pero como es bueno, ha creado otra Vida donde impera la justicia y no existe la maldad; donde los ricos no entrarán, salvo que, aquí en la tierra, sean justos, pagando salarios adecuados y repartiendo equitativamente, entre todos, los beneficios. Por eso, los obreros no hemos de preocuparnos demasiado”.
Hoy la ingenuidad de su lectura le conmovió y más conociendo al hombre que siendo niño lo escribió. Hace tiempo que cambió de opinión y no cree en otra Vida, ni aún menos en como las religiones la pintan; si bien, confía que se cumpla la afirmación de que no hay efecto sin causa. No obstante, sigue siendo fiel a la idea  de que ni el comunismo ni el capitalismo son la solución para la ineludible socialización del hombre. Por eso de la inquietante novela  titulada ESCAPE, escrita por Sebastián Lorca, extrajo material para publicar el librito 5 FÓRMULAS PARA EL BIENESTAR DE ESPAÑA, un compendio razonado, que servirá para cambiar el mundo si unos y otros ceden hasta lograr el acuerdo. Así se moverá el hombre, principal protagonista social, en pro de valores distintos a los de la riqueza y los del poder en los que actualmente atrapado, sin visos de que desaparezca su avaricia.

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