sábado, 12 de septiembre de 2015

¿HAY QUE CAMBIAR LA CONSTITUCIÓN?

Nada es inmutable. Todo permanece en continuo movimiento. De ninguna manera, por consiguiente, lo puede ser la Constitución española. No aceptar actualizarla en los tiempos que corren, es casi como admitir que somos inmortales. Y ni lo somos y nada lo es. Es más, la adaptación es sinónimo de vida y supervivencia, de evolución y desarrollo para conseguir que sea duradera y legítima. Nada hay más resistente y moldeable que un cabello que se peina cada día; sin embargo, no se destruye con un soplo como el polvo añejo que no se toca. Un junco resistirá mucho más que una caña seca. No obstante, nostálgicos de la transición (después de casi cinco décadas de inmovilismo) aún vienen a decirnos que es mejor no pensar en cambios: “No sé preocupen, pensamos por usted. Olvídense de slogans ilusionantes sobre democracia,  libertad, igualdad, etcétera, que nosotros se los proporcionaremos sin necesidad de cambiar nada”. Pero eso no es posible. La democracia, según el diccionario, es el sistema de Gobierno en el que el pueblo ejerce la soberanía mediante la elección de sus dirigentes. La libertad es la voluntad propia de elección y la igualdad, aquella conformidad por la que las personas tienen las mismas oportunidades, sin discriminación ninguna. Algo, por tanto, habrá de cambiarse: Y, ¿por qué no la Constitución?
No hay padres, salvo excepciones, que deseen mal a sus hijos; todos procuran el bien para ellos aunque pocos sepan cómo hacerlo. Por norma, asimilan el dinero al poder o a la felicidad ¡Qué error! La Monarquía, ese sistema político arcaico y trasnochado, tratando de mantenerse como si fuera una raza diferente o una clase superior al resto, sacrifica a cualquiera de sus miembros (en especial a los hijos) que le corresponda la responsabilidad de aceptar la jefatura del Estado (¡por la gracia de Dios!). Todo ello sin el beneplácito del heredero y contraviniendo los tres atributos anteriormente mencionados (democracia, libertad e igualdad) que la gente considera esenciales. Así que, el varón primogénito, en España, preparado desde su nacimiento, pasó a reinar (suena a cuentos de hadas) con el nombre de Felipe VI. A juzgar por los comentarios más sonados con el sobrenombre de “El Preparado”.
Es claro que las cosas han de hacerse de abajo para arriba (y no al contrario como sucede) a fin de que la soberanía de un país sea cada vez más  estable, más real y la ciudadanía participe más en las cuestiones que le afectan sobremanera. Por ejemplo: Una hija del rey de España será su sucesora, aún sin tener edad de saber si quiere o no heredar, si podrá estar o no bien dispuesta, sin haberse modificado la Constitución que habrá de cambiarse. Y, si para este caso es necesaria su modificación, ¿por qué no para otros? ¿Por qué mantener el Senado o que los habitantes de una autonomía decidan su futuro sin contar con el resto? Hay que innovar la más alta Ley y emplear la democracia, la libertad, la igualdad (de las que muchos se llenan la boca) y acallar malos entendidos.

En La Constitución cabe lo que se quiera que quepa. Imperativamente no hay que descartar ningún modelo; al revés, otras posibilidades, alternativas y lógicas decisiones se pueden ver contempladas en ella. ¿Por qué no incluir dos formas de Gobierno: monarquía parlamentaria y república que, cuando corresponda y en determinadas circunstancias, se elija lo que convenga? ¿Por qué no otros modelos territoriales como puede ser el federalismo u otros que, en su caso, ofrezcan otras alternancias? ¿Por qué no formular el perfeccionamiento activo de la Constitución, continuadamente, sin romperla, como un instrumento activo, flexible, justo y solidario? La democracia, la libertad e igualdad son tres pilares a los que no se puede renunciar. Del pueblo depende y el pueblo somos todos.

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