lunes, 17 de septiembre de 2018

POLVO SOMOS Y AL POLVO VOLVEREMOS


Todos los nacidos como consecuencia de un “polvo” han de ser ser iguales ante la ley. Todo humano, nacido de la unión celular entre macho y hembra, sin la cual su organismo no sería posible (y, por tanto, su espíritu tampoco) en el que aún continúan los vigentes prestidigitadores de antaño como la imaginación, la creencia, la patraña, el oscurantismo, imponiéndonos a los reyes como dioses y a los dioses como humanos.

No hay razón alguna para que alguien deba de ser inimputable. El pueblo que acepta tal condición no es digno de ser un pueblo libre, ni justo, ni equitativo. Merece ser calificado de pueblo esclavo por gente dispuesta a consentir actos ilegítimos sin que éstos puedan ser juzgados, carentes de penas y responsabilidades para quienes los cometen.

En la España del siglo XXI no hay por qué tolerar entes o leyes que los permitan; sean por compensar favores cortesanos, sean por satisfacer a legisladores agradecidos, sean por congratularse con alguna fe o creencia. No se puede permitir burlas o engaños de otras épocas. La gente no se merece escarnio alguno; de lo contrario, la contienda entre los sujetos a la ley y los que la burlan, entre plebeyos y poderosos, estará servida y acabará como “el rosario de la aurora”.

A veces, es difícil también prever lo que va a pasar y el legislador comete lagunas sin mala fe. En el caso de nuestra Constitución en su artículo 56 apartado 3 dice literalmente: “La persona del Rey es inviolable y no está sujeta a responsabilidad. Sus actos estarán siempre refrendados en la forma establecida en el artículo 64…”. El artículo 64 apartado 1 se lee: “Los actos del Rey serán refrendados por…”. En el mismo artículo, apartado 2: “De los actos del Rey serán responsables las personas que los refrenden”. Es decir, nuestra Constitución habla de los actos (cabe suponer que de todos los actos) sin distinguir su clase. Pero éstos (sin extendernos más) pueden ser públicos o privados. Y es de suponer, igualmente, qué jamás nadie puede refrendar ni responsabilizarse de actos privados (cosa materialmente imposible) por lo que no se entiende su no explicitación. Y no digamos si quien refrenda estima una ilegalidad en ello. ¿Es una omisión calculada? ¿Acaso un Rey no puede tener vida privada? ¿Todos los actos reales son siempre lícitos? ¿Existe humano que esté por encima del mal o del bien? Los redactores, sospecho, arbitraron a sabiendas.

Somos muchos los que consideramos que ninguna persona (ni Dios, ni Rey) puede ser inviolable y ha de estar sometida a las consecuencias de sus actos, asumiendo sus responsabilidades.  Bien, es cierto, que, por medio de fraudes no detectados, algunos consiguen méritos o fortunas y no, por eso, son mejores que los bandidos condenados, ya que a éstos se asemejan. El temor a ser descubiertos, o a que la ley gire en su contra, o a que cumpla la prescripción, les hará vivir menos seguros de lo que aparentan. No por ello deberemos resignarnos y aceptar la ley como se acepta una creencia.  Habrá que innovar, modificar, actualizar lo que suponga una diferencia,  una injusticia, para que la ley sea igual para todos, sin excepciones, por mucho que los legisladores se empeñen en lo contrario o la verdad no sea descubierta o los políticos no lo defiendan. No es de recibo seguir viviendo con la misma cantidad de enchufes que en la época de Franco. 

Será, por tanto, honesto ir retocando nuestra Constitución y que todo su contenido sea posible, verificable y digno de cumplirse. Que se omita lo irrealizable y contradictorio. Que en virtud de ella (la suprema ley) se habiliten medidas para que ningún español sea indigente, analfabeto, tenga que dedicarse a delinquir o morir por falta de medios o escasez de recursos. Que nadie tenga que recordarnos, una vez más, lo que somos y el destino que nos aguarda utilizando como consuelo unas simples palabras Génesis con el que titulamos el artículo.

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