viernes, 1 de noviembre de 2019

EL FIN, NO SIEMPRE, JUSTIFICA LOS MEDIOS PARA CONSEGUIRLO


Mi objetivo es vender mis escritos igual que el de otros es vender su género. Una meta loable y digna que deseo alcanzar con todas mis fuerzas. Un afán que procuro lograr transmitiendo hechos, historias y pensamientos que entretengan y disfruten a los demás. Sin embargo, pese a que en ello vuelque mis mejores intenciones, aporte mi sacrificio, constancia, dedicación y mis novelas gocen de buenas críticas, no lo consigo. He llegado, por tanto, a convencerme de que para que la gente los lea he de darme a conocer o hacerme famoso, lo que supone acometer algún tipo de acción apoteósica de enorme trascendencia  o provocar  algo, sea lo que sea, que llame la atención para que así suceda.

Lo que importa en realidad es lo que siento, no la actividad a la que me dedico por muy significativa que sea y me proporcione la subsistencia adecuada, ya que no colma mis sueños. Es el arte que amo lo único que puede facilitarme la plena y absoluta satisfacción lanzándome hacía el triunfo y el esplendor. No digamos de los muchos  que pintan, bailan, hacen música y practican artes con las que, para su desgracia, no pueden ganarse la vida y subsistir dignamente manteniéndose en el  anonimato cuando existen otros artistas iguales e, incluso inferiores, que son famosos  izados por la publicidad u otros medios espurios.

Tal vez sean mis sentimientos los que me obsesionan y hagan enloquecer mis pasiones. Pero pretendo acabar con lo que considero una injusticia y he convencido a otros tantos como yo, para pasar a la acción y dejar de ser desconocidos, irrelevantes y dependientes de esos otros artistas que se creen superiores porque manejan el gobierno de la organización a las que todos pertenecemos: seremos soberanos e independientes, ajenos a sus antojos y prioridades.

Provocaremos, como he citado, acciones  violentas con proyección internacional que nos distingan: saquear establecimientos, incendiar contenedores con los que levantar barricadas, cortar carreteras, vías de tren, aeropuertos, impedir que la gente estudie o trabaje, causar el pánico en un estadio u otras acciones incontroladas cuyas noticias  trasciendan e impacten en la opinión pública para presionar a los que nos someten y nos permitan, únicamente a nosotros, el derecho a decidir sobre algo que es de todos.

¿Qué importa el camino elegido si obtenemos lo que nos hemos propuesto? ¿Cualquier cosa que hagamos merecerá la pena por conseguir nuestros objetivos?

¡Qué lamentable error! Catalanes, catalanufos, andaluces, charnegos, artistas.

¿Se crucificó a Cristo para que el cristianismo triunfara? ¿Alemania causó la mayor guerra conocida para que Hitler y el fascismo vivieran en la memoria de toda la humanidad?

Miles, millones de seguidores también pueden estar equivocados y, eso sí, en ambos ejemplos, los muertos fueron numerosos e incalculables, porque cuando el sentimiento (adquirido de forma inconsciente) prevalece a la razón (aprendida por el saber y el sentido común) no hay armas que detengan los  fanatismos. Las Guerras Santas y bélicas aún prevalecen con sus idearios y líderes a la cabeza, con los adoctrinamientos patrios originados por  simples chispas o falacias inocentes que claman justicia en defensa de interese personales o partidistas.

Los muros  y las fronteras no se crean para la independencia (una entelequia) sino para enfrentar a la gente de bien que no les importa quién los gobierne si lo hacen con bondad,  justicia y respeta la libertad de todos. Eso sí, el fin, no siempre justifica los medios.

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