A través de los medios de
comunicación, observo a un juez que parece un hombre amargado y mayor para la
edad que tiene, con raros e ignotos complejos de superioridad o inferioridad,
según mire todo profano en psicología, por lo que solo me permito opinar. Nada
me une a él, ni para lo bueno ni para lo malo, pero confío en aquello que
Cristo, según los Evangelios, dijo: “por sus obras los conoceréis”.
Resulta humanamente vergonzoso
exigir, como he leído en la prensa, que para hablar con una persona en un caso
judicial (testigo, imputado, víctima, reo…) esta tenga que estar a inferior
altura a la de él. El letrado es bajito, sí, pero esa no será la razón, me
imagino, pues apocado sería por su parte, aunque ahora, muy afanado en su caso
(más de año y medio lleva con él), quiera acusar de falso testimonio y
malversación al ministro que a ello le exigió, demostrando ser quien es,
creyéndose dotado de un rango superior. Si Sigmund Freud resucitara, o si a
otro psicoanalista se consultara, nos dirían las causas del alma de tal
proceder, pues aparentemente denota que quiere considerarse superior a quienes
le tienen que contestar o porque se siente inferior a ellos y él debe hallarse
en un plano más elevado. Tal hecho (no lo sé) puede responder a una condición
impuesta por el colectivo judicial, hombres y mujeres de carne y hueso como
todos los demás, con sus ideas y manías, con sus gustos y deseos, con sus ansias
y aspiraciones, con la vida tasada como todo ser vivo; no así con la
oligofrenia que el juez del que hablamos aprecia en sus interrogados y más
sabiendo que en este mundo no hay seres infalibles, angelicales o libres de
pecado, ni los jueces son dioses como algunos de ellos se creen, ni están por
encima del bien y del mal como sabemos todos los mortales.
Debido al gran compromiso e
importancia del colectivo que comentamos, aparte de las exigencias academias
que se les puedan exigir, no estaría de más un psíquico reconocimiento
exhaustivo a sus miembros, ya que se van a dedicar a determinar, calificar, influir,
sancionar las conductas de las personas, con la responsabilidad enorme que eso
representa, ya que sus voces son Ley y han de ser independientes a sus deseos e
intereses, algo que se me antoja difícil asumir.
Desde mi infancia, sufrí y
presencié algunas injusticias a mi alrededor y entendí que no era ni al más
trabajador ni al más inteligente al que se le otorgaban los premios, sino a
quienes tenían un enchufe, un padrino o eran ricos. ¡Y eso no ha cambiado! La
especie humana es débil, agresiva mientras su poder y riqueza no tienen límites
y quienes las poseen desean más y más a costa de lo que sea. Los jueces, aunque
importantes, se mueven como los demás por placer y dolor, con sus virtudes
(caridad, cariño, bondad …) y defectos (ambición, envidia, interés…) debiendo
estar muy preparados para poder resistir a lo que estos conducen.
Terminaré con una frase atribuida
al difunto José Mujica que dice: “¿Para qué mierda vivimos si somos incapaces
de sacrificar un poco de bienestar en favor de la gente jodida?”